martes, 31 de julio de 2012

BORGES Y SUS LIBROS


Este es un fragmento de un reportaje a Borges donde opina sobre sus libros, y donde relata cómo escribió "las ruinas circulares", tal vez uno de sus mejores cuentos...:

"Mis amigos me dicen que mis cuentos son muy superiores a mis poesías, que soy un intruso en la poesía y no debería escribir versos, pero a mí me gustan los versos que escribo. Hay dos libros que me han granjeado alguna fama: Ficciones y El Aleph. Es decir, los libros de cuentos fantásticos; pero yo ahora no escribiría cuentos de ese tipo. Me parece que no están mal, pero es un género que me interesa poco ahora (o del cual me siento incapaz y por eso digo que me interesa poco). A mí me gusta más El informe de Brodie y quizás el libro que estoy escribiendo ahora y cuyo título no me ha sido aún revelado, pero nadie comparte mis opiniones. Además, tuve la desgracia de escribir un cuento totalmente falso: "Hombre de la esquina rosada". En el prólogo de Historia universal de la infamia advertí que era deliberadamente falso. Yo sabía que el cuento era imposible, más fantástico que cualquier cuento voluntariamente fantástico mío, y sin embargo, debo la poca fama que tengo a ese cuento. Y aunque después escribí otro cuento. "Historia de Rosendo Juárez", como una suerte de palinodia o de contraveneno, no fue tomado en serio por nadie. No sé si lo leyeron, o simularon no haberlo leído, o si lo tomaron por un mal momento mío. El hecho es que yo quise referir la misma historia tal como pudo haber ocurrido, tal como yo sabía que pudo haber sucedido cuando escribí "Hombre de la esquina rosada" en 1930, en Adrogué. La escena de la provocación es falsa; el hecho de que el interlocutor oculte su identidad de matador hasta el fin del cuento es falso y no está justificado por nada; el lenguaje es, de tan criollo, caricatural. Quizás haya una necesidad de lo falso que fue hallada en ese cuento. Además, el relato se prestaba a las vanidades nacionalistas, a la idea de que éramos muy valientes o de que lo habíamos sido; tal vez por eso gustó. Cuando yo tuve que leer las pruebas para una reedición lo hice bastante abochornado y traté de atenuar las "criolladas" demasiado evidentes o, lo que es lo mismo, demasiado falsas. Lo curioso es que las personas que admiran ese cuento lo llaman "Hombre de la Casa Rosada" y suponen que me refiero al Presidente de la República.
[...]
"El Aleph" es un cuento que me gusta. Me acuerdo de que mi familia se había ido a Montevideo; yo estaba solo en Buenos Aires y lo escribía riéndome, porque me causaba mucha gracia. Y luego hubo otro cuento, que se llama "Las ruinas circulares", con el que me ocurrió algo que no me ha sucedido nunca. Ocurrió por única vez en la vida, y es que durante la semana que tardé en escribirlo (lo cual en mi caso no significa morosidad, sino rapidez) yo estaba como arrebatado por esa idea del soñador soñado. Es decir, yo cumplía mal con mis modestas funciones en una biblioteca del barrio de Almagro; yo veía a mis amigos, cené un viernes con Haydeé Lange, iba al cinematógrafo, llevaba mi vida corriente y al mismo tiempo sentía que todo era falso, que lo realmente verdadero era el cuento que estaba imaginando y escribiendo, de modo que si puedo hablar de la palabra inspiración, lo hago refiriéndome a aquella semana, porque nunca me ha sucedido algo igual con nada."

domingo, 29 de julio de 2012

BAUDELAIRE: de perros y perfumes



                                                                             

           No es para cualquiera transitar los caminos de la estética por medio de la provocación, la paradoja, la destrucción, la belleza sublime y abominable, la muerte o el desamparo. Y no cualquiera lo puede hacer escribiendo versos inolvidables, emotivos, sugestivos, sensuales y vigorosos.
           Sin embargo Charles Baudelaire andaba por esos senderos con la convicción de quien sabe que tarde o temprano, las huellas dejadas serán no solo imborrables sino también ineludibles para aquel que entienda que no hay arte de lo seguro.
           Fue así como en sus últimos años de su vida este maldito poeta escribió sus “Pequeños poemas en prosa” en donde no solo habla de los artistas sino también del público:



EL PERRO Y EL FRASCO

-Hermoso perro mío, buen perro, chucho querido, aproxímate  y ven a respirar un maravilloso perfume, adquirido en la mejor perfumería de la ciudad.
Y el perro, moviendo la cola, signo, que según creo, en esos mezquinos seres equivale a la risa y a la sonrisa, se acerca y coloca con curiosidad la húmeda nariz en el frasco destapado; después, retrocediendo con repentino temor, me ladra, como si me reconviniera.
- ¡Ah mezquino can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos quizás. Así tú, indigno compañero de mi desgraciada vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que lo irriten, sino basura cuidadosamente escogida.



                                                                     Por Lionel F. Klimkiewicz

sábado, 28 de julio de 2012

EL LIBRO DE LA ALMOHADA


El “Libro de la Almohada” es un clásico de la literatura japonesa. Fue escrito en el año 994, según se cree, por Sei Shonagon, dama de la corte de la emperatriz Sadako. Pertenece al llamado período Heian, de gran esplendor literario. Los diarios, las memorias, los poemas y acertijos, además de una delicada caligrafía caracterizaban la época y  eran en ese entonces producto de los ámbitos femeninos. De hecho, con leer solo unas pocas páginas del Makura no Soshi (título original del libro de la almohada) se puede apreciar el estilo simple, sensible, delicado, agudo de la autora. En algunos de sus pasajes incluso, podemos descubrir  frases de una belleza propia de un haiku.
Leer este libro es atravesar fragmentos literarios de una delicadeza conmovedora. Por supuesto que siempre se podrá objetar que siendo idiomas tan diferentes, la traducción de un texto japonés al castellano hará imposible apreciar su riqueza literaria original; pero por suerte, en nuestro idioma existen dos excelentes versiones que nos permiten acercarnos del mejor modo posible a este clásico de la literatura japonesa.
Una de ellas es la de Amalia Sato, y la otra de Jorge Luís Borges y María Kodama.
Transcribiré a continuación el fragmento n°1 de cada edición para que el lector pueda comparar y disfrutar la belleza de ambos:


“En primavera, el amanecer. Cuando al insinuarse la luz sobre las colinas, los contornos se tiñen de un pálido rojo y purpúreos jirones de nubes flotan sobre las cimas.

En verano, las noches. No sólo las de la luna brillante sino también las oscuras, cuando las luciérnagas revolotean, y aún las de lluvia, tan bellas.

En otoño, el atardecer. Cuando el sol resplandeciente se hunde cerca de la ladera de la colina y los cuervos cruzan el cielo en grupos de tres o cuatro o de a dos, de vuelta a sus nidos; o las garzas en bandada se dispersan en el cielo distante. Cuando se oculta el sol, el corazón se conmueve con el sonido del viento y el zumbido de los insectos.

En invierno las mañanas. Por cierto bellas cuando ha caído nieve durante la noche, pero espléndidas también cuando el suelo está blanco por la escarcha: y cuando no hay nieve ni escarcha y sólo hace mucho frío y las criadas corren de una habitación a otra atizando el fuego y cargando carbón ¡qué bien se corresponde la escena con la índole de la estación! Pero al mediodía nadie se molesta por mantener los braseros encendidos y pronto sólo hay pilas de ceniza blanca.

(Adriana Sato- Adriana Hidalgo Editora) “

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“En la primavera es el alba. Cuando la luz se desliza sobre las cumbres, sus perfiles se tiñen de rosado y hebras de neblina de púrpura se extienden sobre ellos.
En el estío, lo más bello son las noches, no sólo cuando hay luna, sino también en la oscuridad, cuando las luciérnagas vuelan de un lado al otro y hasta cuando llueve, ¡qué hermoso es todo!
En el otoño, lo más bello son las tardes, cuando el sol resplandeciente se hunde cerca del filo de las cumbres y los grajos vuelven volando a sus nidos en bandadas de tres, de cuatro y de dos. Aún más encantadora es una línea de gansos salvajes como manchas en el cielo lejano. Cuando el sol se ha puesto, el corazón se conmueve con el rumor del viento y con el zumbido de los insectos.
En el invierno, los más bello es la alborada. Es muy bello, por cierto, cuando durante la noche ha nevado; pero es espléndido también cuando la tierra está blanca de escarcha. También es bello cuando no hay nieve o escarcha pero sólo hace mucho frío y los servidores se apresuran de habitación en habitación, atizando el fuego y trayendo el carbón ¡cómo armoniza esto con la estación del año! Cuando se acerca el mediodía y el frío se ha cansado, nadie se toma el trabajo de mantener encendidos los braseros, y sólo quedan unos montones de ceniza blanca.

Borges y Kodama- Alianza Editorial “

Un último comentario se hace necesario, ya que “las pérdidas” no se producen solo en las traducciones. Digo esto porque es sabido que en los tiempos del período Heian, no sólo eran apreciados la retórica y el estilo, sino también la caligrafía, el papel y hasta la gradación de la tinta que se utilizaba. Quien ahora tenga la oportunidad de tener en las manos estas dos ediciones castellanas a las que hago referencia, podrá apreciar, en nuestro siglo XXI, y en occidente, la importancia y las diferencias del formato de presentación del libro y podrá también pensar cuanto interfieren estos detalles en su lectura -en estos fragmentos  aquí transcriptos, por ejemplo, se respetaron las diferencias de la existencia y la inexistencia de espacios entre párrafos según cada edición.
Pero como lo bello a veces traspasa límites insospechados, quién se introduzca  en las frases de Sei Shonagon podrá percibir que lo simple puede ser también un modo del arte.


                                       Lionel Klimkiewicz

LA MIRADA DE WILDE


POR LIONEL KLIMKIEWICZ

Una vez,  un cristalino arroyo cercano a la ciudad de Tespias, sirvió de espejo a un hermoso joven que al querer aliviar su sed se vió reflejado en sus aguas, y terminó enamorándose de su propia imagen. Esto lo hacía sufrir, porque no podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo.
Embelesado, aturdido, enamorado, enloquecido, impotente, aquel muchacho llamado Narciso dio nombre a uno de los mitos más famosos de Occidente, el cual desde ese entonces sirve de referencia en el discurso común para señalar a aquel que se ama a sí mismo, a su propia imagen, a su propio ser.
 El gran Oscar Wilde con su insuperable ingenio escribió una página ya famosa sobre esta historia, pero tomando para contarla, fiel a su estilo, otro punto de vista:

El reflejo

Oscar Wilde
Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al arroyo gotas de agua para llorarlo.
-¡Oh! -les respondió el arroyo- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
-¿Era hermoso? -preguntó el arroyo
-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
-Si yo lo amaba -respondió el arroyo- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
FIN


La inteligencia literaria de Wilde siempre nos da la impresión de que no  tenía límites…Su pequeño relato desnuda, devela, lo que la belleza del mito no deja de ocultar. Ya no estamos ante ese joven que se encandila ante su propia imagen, sino que estamos del otro lado del espejo. Tiresias había dicho de Narciso a su madre que viviría hasta llegar a viejo “solo si no se conocía a sí mismo”. Por supuesto que es una ingenuidad creer que nuestro mitológico amigo murió joven porque al ver su propia imagen cumplió un funesto destino. Para los griegos, “conocerse a sí mismo” no era algo tan fácil como mirarse al espejo. Wilde lo dice claramente: lo que el arroyo podía ver era que lo que ahí había era un espejo, un par de ojos, un puro objeto, y lo que se le presenta a Narciso es la verdad revelada de un “sí mismo” en su más absoluta crudeza.
Por otro lado, el arroyo como espejo muestra, como dice Hegel, la belleza de la materia que, considerada en sí misma, consiste en la unidad e identidad consigo misma, constituyendo su pureza en el punto donde queda excluida toda diferencia.
En ese encuentro entonces que la escena del mito plantea, se trata de un objeto que ve otro objeto, de dos imágenes que extreman el límite de la belleza de una manera que solo puede terminar en la muerte.
Narciso conoció lo que siempre fue, y su nombre quedará ligado para siempre a uno de los costados más patéticos de la condición humana.

                                                           

EL ANILLO DE POLÍCRATES



En su ensayo titulado “Das Unheimliche”, Sigmund Freud hace referencia a la historia del “Anillo de Polícrates”, como ejemplo de un caso indudable de lo siniestro.
Polícrates (570-522 aC) fue un tirano que reinó en Samos, isla griega del mar Egeo. Durante su gobierno, se alió con el faraón Amasis para defender Egipto de un ataque persa. Por algún motivo, Polícrates cambia de bando y se une a Cambises, el rey Persa, lo que produjo la caída de Egipto.
Herodoto relata una historia fantástica que explica este suceso. Dice que Polícrates era un hombre afortunado que contaba con la gracia de los dioses de tal manera, que un día habiendo tirado al mar un anillo suyo de gran valor, le fue devuelto por un pescador que había capturado al pez que había tragado la joya. Amasis entonces pensó que un hombre así tendría que ser castigado un día por los dioses, envidiosos de su éxito y su felicidad. Por tal motivo rompe la alianza, ya que no quería que la futura mala suerte de su aliado se volviera también contra él.
De esta bella historia, Schiller recrea la siguiente versión que es la que inspiró a Freud para decir que aquello que nos parece siniestro llena la condición de evocar los restos de una actividad psíquica animista por la que todos pasamos en el curso de nuestra constitución subjetiva, gracias a la cual nuestro narcisismo se defiende “contra la innegable fuerza de la realidad”:
Principio del formulario
Final del formulario
Final del formulario
De pie sobre la barbacana
Contempló satisfecho
La sojuzgada Samos que a sus pies se extendía.
"Todo esto me está sometido",
Interpeló al Rey de Egipto,
"Admite que soy afortunado".
"¡Has conseguido el favor de los dioses!
Los que antes eran tus iguales
Ahora se doblegan bajo el poder de tu cetro.
Sin embargo, todavía queda uno que vive para vengarse;
Mi boca no puede llamarte afortunado
Mientras aceche el ojo del enemigo".
Y antes de que el Rey hubiera acabado de hablar,
Apareció, enviado desde Mileto,
Un mensajero ante el tirano:
"Haz, señor, que ascienda el humo de los sacrificios
Y con alegres ramas de laurel
Corona tu feliz cabellera.
Alcanzado por la lanza cayó tu enemigo.
Yo he sido enviado con la reciente nueva
Por tu fiel lugarteniente Polidoro".
Y alzó de un negro recipiente,
Todavía ensangrentada, para horror de ambos,
Una bien conocida cabeza.
El Rey se apartó con aprensión.
"Bien te aviso que no confíes en la Fortuna",
Advirtió con gesto afligido.
"Considera cuán fácilmente las traidoras olas
Pueden arrastrar la tempestad
Y anegar la incierta fortuna de tu flota".
Pero antes incluso de que pronunciara estas palabras
Le interrumpe el clamor
Que suena jubiloso en la distancia.
Ricamente cargado con ajenos despojos
A la segura orilla se dirige
El nutrido bosque de los mástiles de los barcos.
El regio huésped se admiró:
"Hoy tu fortuna se ha tornado feliz,
Pero has de temer su incertidumbre.
Multitudes cretenses, expertas en las armas
Te amenazan con la guerra
Y se aproximan ya a la playa".
Y antes incluso de que acabara de emitir la palabra
Se ve una agitación en los barcos
Y mil voces gritan: "¡Victoria!
Somos libres de la amenaza enemiga.
La tormenta ha desbaratado a los cretenses,
¡La guerra pasó y es acabada!"
Esto oye con espanto el huésped amigo:
"¡En verdad he de tenerte por afortunado!
Ciertamente ", dijo, " tiemblo por tu salud.
Me acongoja la envidia de los dioses:
Una vida de alegría sin mezcla
No puede corresponder a un ser terrenal.
También mis decisiones eran acertadas,
En todos mis hechos de gobierno
Me acompañaba el favor del cielo".
"Pero yo tenía un querido heredero
Que Dios me llevó; yo le vi morir
Y pagué mi deuda con la Fortuna”.
"Por eso has de prevenirte contra la desgracia,
Suplica a las zozobras
Que la Fortuna te conceda algún dolor,
Después a nadie he visto acabar feliz
A quien siempre a manos llenas
Los dioses hayan colmado con sus dones".
"¡Y si eso no te otorgan los dioses,
Escucha el consejo de un amigo
Y llama tú mismo al infortunio;
Y aquello de entre tus bienes
En que tu corazón más se regocije
Tómalo y arrójalo a este piélago! "
Y el otro dijo, movido por el temor:
"De todo lo que la isla contiene,
Es este anillo mi mayor bien.
A las Erinias lo he de consagrar
Si con ello perdonan mi fortuna".
Y arrojó al mar la joya.
Y con la luz de la mañana siguiente
Se presentó con alegre semblante
Ante el Príncipe un pescador:
"Señor, he hallado este pez
Incomparable a ninguno que cayera en una red:
Como ofrenda te lo traigo".
Y cuando el cocinero abrió el pez,
Alborotado se apresuró
A anunciar con asombrada expresión:
"Mira, señor, el anillo que tú llevabas
Lo he encontrado en el estómago del pez,
¡Ilimitada es tu fortuna!"
Aquí se volvió el huésped atemorizado:
"Ahora ya no puedo seguir aquí alojado,
En adelante ya no puedo ser tu amigo.
Los dioses quieren perderte;
Me apresuro para no morir contigo".
Eso dijo, y diligente se embarcó.


                                                           Lionel Klimkiewicz

LLEGÓ CARTA DE FREUD



                                                                        por       Lionel Klimkiewicz
                                      



Tanto durante su vida, como después de su muerte, Sigmund Freud recibió numerosas críticas sobre su obra, muchas de ellas sumamente destructivas. Pero nadie ha podido desconocer o negar dos cosas: que su descubrimiento cambió la historia de la humanidad y que era un gran escritor
La noche del 18 de agosto de 1882, cuando contaba con 26 años de edad y todavía estaba lejos de develar el misterio de los sueños, nuestro querido amigo le escribe una maravillosa carta a Martha Bernays quien después se convertiría en su esposa.
Compartimos aquí un fragmento de esa carta y también la magistral prosa que su pluma dibujó permitiendo desplegar ya por aquel entonces un estilo que lo acompañaría toda su vida.

“¡Oh mi querida Marty, qué pobres somos! Imagina que anunciásemos al mundo nuestro proyecto de compartir la existencia y que el mundo nos preguntara: cuál es vuestra dote? Nada, aparte de nuestro mutuo amor.¿Nada más? Se me ocurre que necesitaríamos dos o tres pequeñas habitaciones para vivir, en las que pudiésemos comer y recibir a un huésped, y una estufa donde el fuego para nuestras comidas nunca se extinguiese.¡Y la cantidad de cosas que caben en una habitación! Mesas y sillas, camas y espejos, un reloj para recordar a la feliz pareja el trascurso del tiempo, un sillón en el que soñar felizmente despierto durante media hora, alfombras para ayudar al ama de casa a mantener limpios los suelos, ropa blanca atada con bellos lazos en el armario y vestidos a la última moda, y sombreros con flores artificiales, cuadros en la pared, vasos de diario y otros para el vino, y para las fechas señaladas, platos y fuentes, una pequeña alacena por si nos viéramos súbitamente atacados por el hambre o por una visita, y un enorme manojo de llaves con ruido tintineante. Y habrá muchas cosas de las que podremos disfrutar, como los libros, y la mesa donde tú coserás, y la hogareña lámpara. Y todo debe ser mantenido en buen orden, pues en caso contrario el ama de casa, que ha dividido su corazón en pequeños pedazos, uno por cada mueble, comenzará a salirse de sus casillas. Y tal objeto atestiguará el serio trabajo  sobre el que se basa la unidad del hogar, y tal otro dará testimonio del placer que nos depara la belleza, o evocará a los amigos queridos que a uno le gusta recordar, o a las ciudades que uno ha visitado, o a las horas que uno rememora con placer. Y todo este pequeño mundo de felicidad, de amigos intangibles y de concreciones de los más elevados valores humanos, pertenece todavía al futuro. Ni siquiera se han puesto los cimientos de la casa y no existen hoy sino dos pobres criaturas humanas que se quieren con delirio.
¿Hemos de permitir que nuestros anhelos se centren en cosas tan pequeñas? Sí, sin duda alguna, mientras son llame a nuestra puerta silenciosa ningún acontecimiento que rebase nuestra volición. Y por supuesto, tendremos que seguirnos diciendo el uno al otro todos los días que aún  nos amamos. Cuando dos seres humanos que se quieren no encuentran ni los medios ni el tiempo preciso para decírselo respectivamente, es una tragedia. Tiene que llegar el infortunio y el desacuerdo para que se produzca una definida reafirmación de los afectos. No se debe ser tacaño con el amor, pues la porción de capital que se desembolsa va renovándose a través del gasto mismo. Si no se toca el capital durante demasiado tiempo, disminuyen imperceptiblemente los caudales o se enmohece el candado. En tal caso, el tesoro queda allí dentro, pero es inutilizable…”