Hace unos meses, buscando un libro
por internet, me topé con una novela de Mishima llamada “Música”. Como no la conocía, al instante decidí comprarla, ya que
pensé que un libro dedicado a la música escrito por él merecía ser leído.
Semanas después, cuando el ejemplar cayó en mis manos, la sorpresa fue mayor,
ya que al abrirlo me encontré con un inesperado subtítulo que decía: “una interpretación psicoanalítica de un
caso de frigidez femenina”. Se instaló entonces en mí la cuota necesaria de
incertidumbre requerida para comenzar a leerlo, y lo hice sin perder tiempo.
A las pocas páginas me dí cuenta que
continuar requería sacarse esos tontos prejuicios que todos llevamos dentro:
Imagínense…el protagonista es un psicoanalista de los que comúnmente se conocen
en la jerga “psi” como postfreudianos, seguidor además del Daseinanalyse, que
no duda en citar a Freud, a Stekel y a Rogers y y que encima de todo…es
japonés, con todo su bagaje cultural de sincretismo religioso a cuestas. Vale
como ejemplo, la primera visita que le realiza Reiko, la que será la otra
protagonista de la novela. Ella consulta porque, según dice, “no puede escuchar
la música”, ante lo cual el dr. Shiomi no duda en prender una radio para
comprobar si era cierto…
Pero en realidad, esta escena casi
grotesca da pié al inicio de una historia llena de ironía e inteligencia, cuya
trama se va armando tan bien que no se ve apañada por el “caso clínico”
implícito en ella, ya que está construida por diversas escenas que van armando
un argumento en donde la sexualidad, la vida, la muerte y lo femenino se
conjugan con sutileza, hasta llevar a la novela a su punto máximo, que se
produce cuando… esperen un segundo… creo que para explicar lo que quiero decir
debo dar un rodeo. Es que en esos días, por diversas recomendaciones y
comentarios (casi todas venidas del “ambiente psi”, justamente) me dispuse a
ver la película “Shame”, la que a los pocos minutos de comenzada uno se da
cuenta de que es el típico film que hace al deleite interpretativo de algunos
psicólogos, sociólogos, psicoanalistas, filósofos, y otros “ólogos”: que el
Neurótico Obsesivo esto y aquello, que la sociedad de consumo tal cosa, que el
amor y el capitalismo tal otra… pero en síntesis, una película mala, sin trama,
predecible por donde se la mire, sin sorpresas. Pero quería llegar con este
rodeo a la cuetión que tal vez permita comparar este film con la novela de Mishima:
me refiero al tema del vínculo incestuoso. En la película “Shame” el asunto es
abordado con temor y patetismo, velando con tibias escenas de jueguitos
perversos, violencia y promiscuidad lo que en realidad no se anima a decir
respecto del vínculo verdadero entre la sexualidad, el erotismo y la muerte.
Mishima en cambio lo logra con destreza, llevando la trama al punto de poder
llegar a plantear la delgada frontera
entre lo repulsivo y lo fascinante, lo desasosegante y lo numinoso, lo
horroroso y lo sagrado, sin necesidad de caer en lo obsceno –algo nada fácil de
lograr- creando un argumento con la
astucia suficiente para que permita pensar si acaso lo que se ubica en esa frontera se
puede llamar “música”.
Se puede decir además que la novela
de Mishima está presentada como “un caso clínico”, pero pensarla así sería caer
en la trampa que con fina ironía propone el autor, ya que todos sus personajes
y circunstancias están para justificar su idea final, osada y profunda, y que a
diferencia del film en cuestión -en donde casi todas sus escenas sirven para
justificar un personaje- puede lograr un abordaje original de un tema muy
complejo.
Entre lo oído, lo visto y lo leído,
“Música” intenta arrancar una original nota
desde la disonancia de la vida humana.
Lionel Klimkiewicz