domingo, 7 de diciembre de 2014

UN PÉSIMO LIBRO

SOBRE “TODO LO QUE NECESITAS SABER SOBRE PSICOANÁLISIS”

A esta altura del nuevo siglo, ya podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Buenos Aires es la capital mundial del psicoanálisis. Su cantidad de practicantes, instituciones, congresos y publicaciones a lo largo de los años dan cuenta de ello. No extraña entonces que en nuestro país continúen apareciendo libros de divulgación de esta praxis que ya tiene más de cien años y que Freud ha introducido de lleno en la cultura occidental. Sin embargo, la divulgación del psicoanálisis, ha sido y sigue siendo un tema controversial. Basta recordar la anécdota que motiva el escrito “Psicoanálisis silvestre” que Freud publicara en 1910: una paciente llega a la consulta derivada por un médico que luego de diagnosticar sus ataques de angustia --que habían comenzado tras la separación con su marido- le dijo que la causa era de origen sexual, y que le recomendaba, basándose en el psicoanálisis, que se buscara un amante, se masturbara o se reconciliara con su esposo. No está de más recordar también, para tomar al otro gran referente de esta práctica, que Lacan no se cansaba de repetir durante sus seminarios que sus discípulos no se apresuraran en “comprender demasiado rápido” todo lo que él les transmitía. Es que entender algo de la práctica psicoanalítica no depende ni de la inteligencia ni de la erudición, sino de dedicar tiempo, mucho tiempo, al estudio y al análisis personal fundamentalmente.
Qué hacer con la divulgación del psicoanálisis  entonces? Esa divulgación que por obvios motivos fue tan estratégicamente necesaria para Freud en las primeras décadas del siglo XX, pero que siempre está al borde del reduccionismo sin sentido y también de la vulgaridad.
Hace pocos meses, sin ir más lejos, ha salido publicado por Paidós en la colección “Todo saber” un nuevo libro titulado “Todo lo que necesitás saber sobre psicoanálisis”, -título temerario si los hay- que nos devuelve al controversial tema. Y la primera controversia surge con su nombre. Cualquier analista de marketing puede alegar que para el lector no iniciado en el psicoanálisis este suena muy tentador, a pesar de que con sólo mirar el ejemplar de reojo, cualquier psicoanalista, fundamentalmente el seguidor de Lacan, no podría dejar de sentir un escalofrío en su espalda, al leer ese “Todo”, que Lacan siempre nombro como imposible (algunos afirman que la metonimia “todo-necesitás-saber-psicoanálisis” causó incluso algunas exageradas risas socarronas que fueron difíciles de disimular, cuando no indignación o incluso asombro). Como para confirmar lo por lo menos polémico del título, apenas iniciado el libro, en el prólogo, la autora se apresura en avisar casi como pidiendo disculpas o anticipándose a lógicos cuestionamientos, que en psicoanálisis no podemos hablar de un Todo. El arranque se torna entonces un tanto  resbaladizo, pero se hace pantanoso cuando renglón siguiente afirma, casi desafiante, que la divulgación del psicoanálisis siempre quedó en manos de quienes simplifican los conceptos y que su empeño (el de escribir el libro, se entiende) entonces obedece al estado actual de divulgación de la teoría. Para agregar más confusión al asunto, el prólogo (y en las tierras de Borges..!) finaliza con la aclaración de que los únicos nombrados serán Freud, Lacan, Miller y Laurent, y que su anhelo es trascender la “capilla analítica”. Llenas de seculares anhelos y sin monaguillos argentinos citados, las únicas referencias en las terrenales páginas serán, entonces, los cuatro europeos del apocalipsis.
Adentrándonos ya en el libro, la sorpresa es mayor. Con una diagramación que intenta ser moderna e imitar tal vez un modo “actual” de leer en dispositivos electrónicos, cada capítulo comienza con una especie de copete de presentación que recuerda más a los manuales escolares de los años ´90 (aquellos que con pretensiones de modernidad querían imitar el formato digital que recién comenzaba a popularizarse en aquella época), con recuadros con información sobre el tema a tratar y con pequeños apartados que comienzan siempre con un “Sabías qué…?” que nos trae a la memoria aquellas inolvidables páginas de la revista Billiken o Anteojito en donde al lado de la nota de los dinosaurios nos iluminaban con frases como “¿Sabías que… los dinosaurios tenían cuatro patas y se extinguieron hace millones de años?”. Luego nos ocuparemos del problema de a quién está dirigido el libro, cuestión que suele justificar las cosas más absurdas. El punto es que si el tema era no simplificar los conceptos, el modo de presentar los temas es el menos conveniente, sin dudas. La prueba está en que cada capítulo termina con un recuadro titulado “En pocas palabras” que intenta resumir lo dicho. Y entonces nos encontramos con frases dignas de revistas domingueras: “Las pulsiones son aquello que experimentamos como impulsos que no siempre buscan el bien” o aquella otra, propia de un aforismo de Narosky, que dice “La felicidad es episódica, parcial y transitoria… como la vida misma”. En el otro extremo encontramos aquella que cierra el capítulo “No hay relación sexual”, que concluye con “En pocas palabras: el amor recubre la ausencia de relación sexual y los síntomas están en el lugar en que esta no se inscribe”. Podemos imaginar la confusión del lector lego ante semejantes palabras… y es que este es unos de los defectos mayores del libro: un estilo irregular en donde se pasa de lo burdo a la frase enigmática sin miramientos. Y esto nos mete de lleno en la cuestión antes anunciada. Porque si nos preguntamos a quién está dirigido el libro, se nos presenta la duda sobre si busca un lector adolescente, o un ya iniciado en lecturas del ámbito psi o algún filósofo de café de esos que abundan en nuestra ciudad. Pero creo que la pregunta más interesante sería la del “para qué?”, para qué escribir un libro así? Tal vez el propio libro tenga la respuesta, cuando ya terminando, en el capítulo 48 titulado “La violencia en el siglo” nos dice: “la tiranía del mercado introduce la siguiente disyunción: estar allí o no existir”. Disyunción falsa, claro está, pero que el libro lleva adelante al intentar una divulgación -que termina siendo muy vulgar- con el solo fin de estar, existir, y aparecer en las primeras planas de las estanterías de las librerías junto a libros de cocina, novelas rosa y libros de autoayuda. Está claro que el psicoanálisis no necesita adentrarse en esa lógica capitalista para existir -aunque hay que reconocer que un minuto de fama puede hacer multiplicar los llamados en cualquier consultorio.
Una oportunidad desperdiciada, un intento más que fallido de hacer algo serio, cuyo resultado final nos hace imaginar algún capítulo de Los Simpson en donde aparezca aquel famoso personaje diciendo “Hola! Soy Troy McClure, tal vez me recuerden por mis documentales educativos como Pájaros, nuestros colegas con plumas o Paren al mundo que Freud se quiere bajar, hoy vengo a decirles todo lo que usted necesita saber sobre psicoanálisis…”
            Tal vez un día se pueda escribir un libro de divulgación mejor, sin que esté atado a las leyes del mercado. En todo caso, antes de pensar de qué modo simple y atrayente verter conceptos de extrema complejidad haya otras cuestiones que resolver. Se podría pensar y discutir, quizá, los diferentes efectos que tuvieron los estilos de Freud y de Lacan, y por qué no los de Klein y Winnicott, cómo usaron las palabras, cómo construyeron neologismos (tal vez la cuestión más importante), e incluso, que hayan escrito en alemán, francés o inglés, lo que a nosotros nos introduce en la interesante cuestión de cómo fueron traducidos al castellano.  Quién sabe?? (si, nadie tiene todo el saber) tal vez algún día alguna gran institución psicoanalítica organice un congreso para discutir el tema y destine lo recaudado a la publicación de un ejemplar de divulgación digno del psicoanálisis.

                                                                                    Lionel F. Klimkiewicz