“ Ser Psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia
de que nada es más disparatado que la realidad humana. Si creen tener un Yo
bien adaptado, razonable, que sabe navegar, reconocer lo que debe y lo que no
debe hacer, tener en cuenta las realidades, sólo queda apartarlos de aquí. El
psicoanálisis muestra que no hay nada más necio que un destino humano, o
sea, que siempre somos embaucados. Aún cuando tenemos éxito en algo que
hacemos, precisamente no es eso lo que queríamos. No hay nada más desencantado
que quien alcanza su sueño dorado, basta hablar tres minutos con él...El
análisis es darse cuentas de esto, y tenerlo en cuenta.
Si por una suerte extraña
atravesamos la vida encontrándonos con gente desdichada, no es accidental no es
porque pudiese ser de otro modo. Uno piensa que la gente feliz debe estar en
algún lado. Pues bien, si no se quitan eso de la cabeza, es que no han
entendido nada del psicoanálisis. Esto es lo que yo llamo tomar las cosas en
serio.”
Este
comentario que realiza Lacan en el Seminario III es un buen puntapié inicial
para comenzar a pensar qué es un psicoanálisis, qué es un sujeto y cómo se pone
en juego esto en las entrevistas preliminares, que es el tema al que nos
dedicamos.
Podemos
partir pensando qué viene a buscar el analizante al análisis.
Dice
Lacan que él viene a buscar lo que hay que encontrar, el tropos por excelencia,
es decir, su destino. Pero...¿es el análisis una introducción del sujeto a su
destino? No. Si algo nos enseña el descubrimiento freudiano, dice Lacan, es a
ver en los síntomas una figura que tiene relación con las figuras del destino:
no lo sabíamos y ahora lo sabemos. Eso constituye una diferencia. Saber o no saber es pues esencial
en lo que se refiere a la figura del destino.
¿Qué
busca en cambio la clínica psicoanalítica? La división del sujeto.
¿Cómo
se manifiesta esta división? Freud diría, como un conflicto, es decir, un
síntoma, un acto fallido, etc.
Ahora
bien, la pregunta que se impone es ¿De qué sujeto estamos hablando? Esta
pregunta es esencial porque de cómo sea respondida depende nada más ni nada
menos que la clínica. ¿Este sujeto, es el mismo para el psicoanálisis, que para
la psicología, la filosofía, etc? Creo que para avanzar en una formación, es
preciso realizar esta distinción para no desmoronarse en la práctica y perderse
en otros discursos que nada tienen que ver con el psicoanálisis ( aunque le
roben ciertas conceptualizaciones).
¿Qué
es entonces ese sujeto del que hablamos? Pregunta esencial, ya que de cómo sea
respondida dependerá el tipo de clínica que haremos.
Vamos
a partir de la concepción de que el sujeto no es la persona, sino que es efecto
del significante. No es la persona ni el paciente que nos viene a demandar un
análisis. El sujeto es el efecto
específico que toma la palabra bajo transferencia, es del efecto del
significante que surge como tal el sujeto.
Lacan
va a dar una definición que no va a cambiar en toda su obra “un sujeto es lo
que un significante representa para otro significante”
$
S1
----------S2
La
primera consecuencia que podemos extraer de esto es que el sujeto no tiene un
sgte. que lo represente, su ser se pierde irremediablemente.
Ahora
bien, si decimos que este sujeto no es la persona, no es el Yo, no es la
conciencia, tampoco es el inconsciente. es imprescindible diferenciar los
conceptos de sujeto – sgte – inconsciente, para luego poder articularlos.
Lacan
da dos definiciones de inconsciente:
a)
El inconsciente está estructurado
como un lenguaje.
b)
El inconsciente es el discurso del Otro.
Es
decir que el inconsciente es la determinación del sujeto por el orden
simbólico.. Es un inconsciente que no es interior, no está en las
profundidades, sino que lo encontramos en la superficie del discurso. Dice
Lacan en“Posición del inconsciente” que el inc. es un lugar a cuya entrada
nunca se llega sino en el momento en que están cerrando, y que el único medio
para que se abra es llamar desde el interior.. Es un espacio que se reduce a
una combinatoria
(S1-S2), es
propiamente lo que se llama un borde.
Podemos introducir un cuadro que nos
ayude a pensar esta articulación
sujeto-sgte-inc.:
I I I I I I
I I I I I I I I I I I sgdo.
dicho enunciado
I I
I I I
I I I
sgte. S1-S2 discurso
NP Ф decir enunciación
I
I I I
I letra a = a?
lenguaje
Los
palotes del medio son los sgtes del orden simbólico, es la matriz que se apoya
sobre lo Real (lo no simbolizado).
Hay dos vertientes
del sgte.: a) Los que se apoyan (letras) Son sgtes insignias
b) Los que se combinan en la cadena.
Las
marcas, las huellas como diría Freud, fundan al inconsciente. En esas marcas no
hay equívoco, porque lo Real no equivoca.
Las
cadenas sgtes y los sentidos y significaciones que estas producen no tienen
equivalencia con las marcas, hay descompensación, pérdida entre una un “nivel”
y otro.
Estas
marcas a las que nos referimos, están vacías, y se sustraen a la represión. No
están reprimidas, están vacías, lo que se reprime son sgtes. La pulsión aparece
en estas marcas, por eso es silenciosa.
Este
concepto de vacío se ve ejemplificado en las palabras de E. Cioran que se
titula “Rostros de la decadencia”:
“Si, por azar o por milagro las
palabras se volatilizasen nos sumergiríamos en una angustia y un alelamiento
intolerables. Tal súbito mutismo nos expondría al más cruel suplicio. Es el uso
del concepto el que nos hace dueños de nuestros temores. Decimos: la Muerte, y
esta abstracción nos dispensa de experimentar su infinitud y su horror.
Bautizando las cosas y los sucesos eludimos lo inexplicable: la actividad del
espíritu es un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite
circular por una realidad dulcificada, confortable e inexacta. (...) Pero
cuando uno vuelve a si mismo y se está solo – sin la compañía de las palabras –
se redescubre el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento
desnudo: ¿de dónde sacaremos la audacia para afrontarlos? Ya no se especula sobre
la muerte, se es la muerte. (...) Las grandes palabras: destino, infortunio,
desgracia, se despojan de su brillo; y es entonces cuando se percibe a la
criatura bregando con órganos desfallecientes, vencido por una materia postrada
y atónita. Retirad al hombre la mentira de la Desdicha, dadle el poder de mirar
por debajo de ese vocablo: no podrá un solo instante soportar su desdicha.”

El
encuentro del sujeto (de la necesidad) con la estructura del lenguaje, se
produce por medio del Otro.
Cuando
el niño grita, hay un puro significante lanzado al campo del A, pero si el A no
le da un significado, esto le vuelve al niño como significante puro. En cambio,
cuando vuelve con la sanción del A, se resignifica como demanda (por eso la
respuesta es lógicamente anterior a la pregunta)
Es
así como un mensaje es entonces devuelto en forma invertida.
Hay
un encuentro del sujeto, con el A (que Lacan en sus primeros años de enseñanza
llama código o tesoro de los significantes), con el campo de los significantes
del A. El inconsciente se funda en esa alineación al significante en el campo
del A (S1 – S2).
![]() |
Pero
el Otro, es un Otro atravesado por el lenguaje, A. En este encuentro con los
significantes de la batería del Otro lo que no es del Otro, es el sujeto. El
sujeto es producido por el lenguaje, no por Otro; el Otro, en todo caso,
subjetiviza. No es lo mismo, entonces el “sujeto” que la “subjetividad”. El
sujeto no es producido por el A porque en la batería no hay ningún significante
que presente al sujeto. El sujeto es el –1, el significante que le falta al A.
Este
sujeto entonces no es que está por fuera de la cadena significante, sino que
está adentro sin ser ningún significante. Por eso es un sujeto evanescente que
aparece en los cortes del discurso. Es un sujeto que pertenece a la cadena, en
tanto excluido de la cadena.
(esto
nos da la base para pensar en la psicopatología la exclusión en la histeria y
el aislamiento en la neurosis obsesiva)
Este
sujeto, en tanto sustraído, está muerto, por eso la necesariedad de la
identificación, que de todos modos nunca alcanza para tapar esa división
constitutiva.
En
esta estructura del lenguaje hay dos significantes a los que Lacan llama
privilegiados: el Nombre del Padre y el Falo. Son privilegiados porque:
-
son dos operadores
-
operan en los tres registros
-
tienen relación con los tres
tiempos del Edipo
-
operan porque no hay referentes,
la Cosa está perdida
¿Cómo operan estos significantes en la
estructura? Comencemos por el Nombre del Padre. Al ejercer el padre simbólico
su función simbólica produce en la subjetividad del niño el reemplazo de la ley
caprichosa materna por la ley como instancia exterior a todo personaje; es el
significante que en la batería del A aparece como lugar de la ley.
Cuando el deseo de la madre es
sustituido por el Nombre del Padre, en la subjetividad del niño aparece la
significación fálica, ya que la metáfora paterna es la que produce el punto de
almohadillado fundamental.
Al
no ser el niño el falo (de la madre) deja de estar identificado con el yo ideal
y se identificará con el ideal del yo, I(A)
El
falo es el significante destinado a designar en su conjunto los efectos del
significado, en cuanto el significante los condiciona por su presencia de
significante. Es el elegido de la batería para cumplir con ese destino. Este
significante tiene función activa en la determinación de los efectos en que lo
significable aparece como sufriendo su marca. El falo funciona velado y funda
los tres diques freudianos: vergüenza, repugnancia y asco
Estos
dos operadores delimitan un campo, el campo del A, cuya superficie es el
discurso.
Cuando
Lacan se pregunta para qué sirve un Psicoanalista responde: para hacer un
psicoanálisis. El Psicoanalista no busca la cura (ya que esta viene por
añadidura) sino que dirige la cura, (y no al paciente), y la dirección de
esa cura es hacia lo Real. Es
responsabilidad del analista dirigir esa cura, y de nadie más. Por eso, resulta
imprescindible entender que estatuto tiene el sujeto para el psicoanálisis, ya
que será la única posibilidad de alcanzar la meta esencial, que es que ese
sujeto obtenga cierto margen de libertad en relación con el lugar que ocupó
como objeto del deseo como deseo del Otro.
por Lionel F. Klimkiewicz