La palabra dinastía que utiliza J.L.Borges en
un texto de su juventud para hablar sobre ellos está muy bien elegida. Los
Huxley son una dinastía de intelectuales brillantes. Thomas, el abuelo, famoso
científico divulgador de las ideas de Darwin; Leonard, el padre, escritor, que
tuvo varios hijos, entre ellos Julián, biólogo fundador de la UNESCO, Andrew,
premio Nobel de medicina y Aldous, escritor, poeta, guionista, ensayista.
En esa reseña que data del año 1927, Borges, al escribir
sobre este entramado familiar tan culturalmente fructífero, incluye una frase
de un libro de Julián que dice: “la continua
corriente vital llamada género humano está rota en pedacitos aislados llamados
individuos. Esto sucede con todos los animales superiores, pero no es
necesario: es un expediente. La materia viva tiene que desplegar dos
actividades: una que se refiere a su inmediato comercio con el mundo exterior;
otra a su futura perpetuación. El individuo es un artificio para que una
porción de materia viva pueda desempeñarse y proceder en un medio ambiente
determinado. Después de un tiempo lo desechan y muere. Contiene, sin embargo,
una reserva de sustancia inmortal, que transmite a las generaciones futuras.”
La escribió Julián, pero podemos imaginar que la tomó luego Aldous en su libro Adonis
y el alfabeto -obra que contiene varios ensayos reunidos por el autor-
ya que entre ellos se encuentra uno titulado “Hiperión a un sátiro”, en donde realiza una sutil semblanza de la
historia del hombre a partir de lo que el hablante-ser hizo con sus desechos.
Para el autor, lo que ha cambiado en el curso de la historia no es la
repugnancia a la suciedad sino la moraleja que se deduce de ella. Por ese carril desfilan entonces el efecto de
los malos olores, la suciedad, los piojos y los excrementos, pero también la
diferencia en la calidad de la ropa, el
uso de jabones, la invención de las alcantarillas y los signos de manchas de grasa. Pero más allá
de las moralejas, a veces risueñas y muchas otras veces profundas, lo que Aldous Huxley deja en claro es de qué
manera la suciedad y la intocabilidad que ella crea ponen de manifiesto
diferentes modos de distinción de clases y personas. Lugares que, todavía al
día de hoy no cuentan con agua potable o sistemas cloacales, diferencian una
geografía social, al igual que las diferentes calidades de ropas y telas que
usamos para vestirnos, o la limpieza de los lugares donde las adquirimos. No
quedan al margen las referencias a situaciones de sometimiento, negocio o
interés personal que llevan a diferentes personas a vivir pendientes de los
desperdicios ajenos, aunque estos tengan forma de excrementos, dinero u
objetos. Qué es lo que hace una cultura, una clase social o un sujeto con sus
desperdicios, es la pregunta que arma el
texto. Las ideas que desprende de él son brillantes e invita a la reflexión
respecto del lugar y la función del desecho en sus diferentes formas y
simbolizaciones. La primera imagen que muestra el escrito habla por sí sola:
caminando junto a Thomas Mann por una playa, se encuentran con miles de
preservativos usados que el mar había devuelto a la costa luego de ser
arrojados allí por las cloacas de la ciudad de Los Angeles: restos, diría Julián, transformados tal vez en signos de la
resistencia del ser humano a convertirse él mismo en desecho de la vida.
Con un gran despliegue de inteligencia, Aldous Huxley muestra
en cada en sayo de su libro un modo de encontrar vínculos entre elementos muy
diversos que le revelan al lector novedosas relaciones entre cosas que suelen
quedar ocultas bajo el velo de lo cotidiano.
Lionel F.
Klimkiewicz
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