Meditar sobre la belleza es una tarea que implica, según
explica Francois Cheng, lo que podríamos denominar una actitud y posición
subjetiva especial, basada en ahondar en la capacidad para la receptividad y en
el recogimiento. Esto es lo que permitirá establecer las condiciones de lo que,
en su libro “Cinco meditaciones sobre la belleza”, Cheng llama una “vida
abierta”, para impedir que un sujeto se
encierre en un narcisismo mortífero que solo quiere la exclusión de lo
diferente por resultarle peligroso para sí mismo.
Para este poeta chino, con el cual J. Lacan mantuvo varios
encuentros de trabajo sobre poesía oriental, la belleza tiene tres aristas que
la caracterizan: a) es un advenimiento, una epifanía, un “aparecer ahí”. b) es
un entrecruzamiento entre elementos que la componen, como aquella que se
produce durante el atardecer entre la luz del sol y el resplandecer de ella en
los árboles, las flores, los muros, etc. c) de ese encuentro nace una
revelación. En consecuencia, la experiencia artística debe mantener dos
designios: tiene que expresar, por un lado, la parte violenta y sufriente de la
vida, junto con todas las perversiones que ella engendra, y por otro, debe continuar
revelando lo que el universo expresa en forma de belleza. En ese camino se
deben derribar las barreras de la costumbre para lograr una nueva manera de
vivir y percibir. Esto es posible solo si se concibe a la belleza, no como un
dato, sino como un Don.
Este hermoso libro de Francois Cheng explora durante cinco
meditaciones el entrecruzamiento entre la estética occidental y oriental de un
modo muy personal, logrando transmitir –siendo muy consecuente con su trabajo-
su propia experiencia con la belleza.
Lionel F. Klimkiewicz
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