A Buenos Aires, que se
convierte en la ciudad de la furia cada mañana, todavía le quedan algunos
encantos que se pueden disfrutar. Los amantes de los libros por ahora seguimos
teniendo a la avenida Corrientes, que nos otorga el pequeño encanto de poder caminarla
de vez en cuando y encontrar algún ejemplar de esos difíciles de conseguir en
las grandes cadenas o en las -más fashion que interesantes- librerías del
barrio de Palermo. En uno de mis últimos paseos por allí, entre Callao y el
obelisco, medio ocultos entre viejos ejemplares de saldos y revistas de
crucigramas, me encontré con dos joyas a precio de remate que estaban ahí, como
esperándome: Dos libros de la editorial Gredos escritos por Valentín García
Yebra llamados “Experiencias de un
traductor” y “Traducción y
enriquecimiento de la lengua del traductor”. Ambos contienen artículos que
versan sobre el arte de traducir y el oficio del traductor.
Para Yebra, la traducción
como proceso consiste en enunciar en una lengua lo previamente enunciado en
otra, conservando lo mejor posible las equivalencias semánticas y estilísticas.
Al traductor entonces se le plantean tres problemas principales:¿Es posible la
traducción?¿Qué es en un texto lo que debe traducirse?¿Cómo debe traducirse? Es
que si la traducción tuviera que reproducir todos los detalles de la estructura
formal léxica, morfológica y sintáctica del texto original, sería, en efecto,
imposible. La traducción no consiste en eso
sino en reproducir su contenido y su estilo.
Pero para traducir el
contenido es preciso distinguir el significado, la designación y el sentido.
Por eso, el traductor, según afirma el autor, está obligado a conservar no solo
el sentido del texto, sino también sus designaciones, a veces incluso sus
significados, mientras la lengua terminal, la lengua hacia la que se traduce,
no le imponga equivalentes que prescindan de los significados y hasta de las
designaciones. Es así entonces como propone la regla de oro para toda
traducción: “decir todo lo que dice el original, no decir nada que el original
no diga, y decirlo todo con la corrección y naturalidad que permita la lengua
hacia la que se traduce”.
Uno de los temas más
interesantes abordados en estos libros es el de los neologismos., que son los elementos nuevos que dan vigor y pujanza
a una lengua. Hay cuatro tipos de neologismos: a) las palabras derivadas (ej: ojera, anteojo, antojo, ojear, ojeada,
ojal, etc.), b) las palabras compuestas
(combinando sustantivos, adjetivos y verbos, ej: compraventa, medialuna,
mediodía, duermevela, cortaplumas, pasamontañas, maldecir, maltratar, etc), c) préstamos (palabra que una lengua toma
de otra sin traducirla) y d) cálcos
(que es una traducción absoluta, por ej: Kindergarten
por jardín de infantes). También es
un neologismo la adquisición por una palabra ya existente de un significado que
antes no tenía, incluso la revitalización de un arcaísmo para designar algo
nuevo. Sin olvidar también que hay dos fases en el proceso de la nueva palabra:
en primer lugar, la invención instantánea y en segundo, la aceptación gradual
por un número suficiente de usuarios del sistema, que constituye la sanción
necesaria para la instalación del neologismo en la lengua.
Son dos libros que
aquellos amantes de las palabras sabrán disfrutar, porque en definitiva, contienen
el testimonio de un trabajador del lenguaje, de una investigación que habla del
contacto más íntimo que se produce en el encuentro entre
lenguas.
Lionel
F. Klimkiewicz
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