Sigmund Freud
era un gran lector, especialmente de los clásicos de la literatura, a los que
solía citar a menudo en sus escritos. Sin embargo sabía también reconocer y
valorar a los artistas de su época, fundamentalmente a sus contemporáneos que
vivían en la Viena de principios de siglo XX. Tal es el caso de Arthur
Schnitzler, que había nacido allí en 1862, y era ya un famoso escritor antes
que estallara la primera Guerra Mundial. A Freud le gustaba citarlo, y lo admiraba
tanto que llegó a considerarlo su doble, ya que podía poner en su arte todo lo
que el padre del psicoanálisis iba descubriendo con su práctica. Así lo dice el
propio Freud en dos cartas dirigidas al literato: en 1906 le escribe “durante
muchos años me he venido dando cuenta de la gran concordancia entre sus ideas y
las mías en muchos problemas sobre la psicología y el erotismo (…) Muchas veces me
preguntaba extrañado de dónde usted
tomaría ese o aquel conocimiento, que gané por medio de investigación laboriosa
del objeto, y al fin llegué al punto de envidiar al poeta, al que antes
admiraba”. Más tarde, en otra misiva de 1922 agregaba: “La respuesta a esta
pregunta implica una confesión, que me parece demasiado íntima. Me refiero a
que lo evitaba por una especie de timidez de encontrarme con el doble […] una y
otra vez, cuando me embebo en sus creaciones bellas, creía encontrar detrás de
su apariencia poética las presuposiciones verdaderas, intereses y resultados,
que conozco como propios. Su determinismo y escepticismo – que la gente llama
pesimismo - su emoción de las verdades del inconsciente
de la naturaleza compulsiva del humano, su descomposición de las seguridades
culturales-convencionales, la adhesión de sus
pensamientos a la polaridad de vivir y morir, todo eso me tocó con una familiaridad
siniestra. […] Así tuve la impresión de que usted, por medio de la intuición –
en realidad, como consecuencia de una auto-percepción precisa –, conoce todo lo
que yo descubrí con trabajo arduo con otros humanos.”
Si usted, lector, quiere entender por
qué Freud podía llegar a escribirle estas palabras a alguien a quien hasta
entonces no conocía personalmente, no tiene más que leer algunas de las obras
de Schnitzler. Por mi parte le recomiendo una: “Huida a las tinieblas”,
un libro excelente, donde relata mediante una trama cuidadosa el desarrollo de
un delirio de persecución, con todos sus pormenores, sus sufrimientos y su
desenlace, donde el protagonista se ve impulsado hacia “el turbio terreno de
las posibilidades vacilantes, donde lo altamente probable y lo apenas concebible convivían en impura
connivencia”. Al leer el libro de Schnitzler uno se deja llevar por la idea que
él mismo introduce en sus primeras páginas, cuando dice que “hay muchos que, sencillamente,
sólo carecen de tiempo para volverse locos”.
Por Lionel F. Klimkiewicz
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