Entrevista con Sigmund Freud concedida al periodista
George Sylvester Viereck
Alpes Austríacos – 1926
EL VALOR DE LA VIDA
Entre las perlas encontradas en la
biblioteca de la Sociedad de Sigmund Freud está esta entrevista, concedida al
periodista americano George Sylvester Viereck en 1926. Probablemente haya sido
publicada en la prensa americana de la época. Se la creía perdida, cuando el
Boletín de Sigmund Freud Haus (Casa de Sigmund Freud) publicó una versión
condensada en 1976. En realidad, el texto integral había sido publicado en el
volumen Psicoanálisis y la Fut[1],
número especial del Journal of Psychology de Nueva York, en 1957.
SF: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con
serena humildad. (Quien habla es el Profesor Sigmund Freud, el gran
explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue una casa de
veraneo en Semmering, una montaña en los Alpes Austríacos. La última vez que
había visto al padre del psicoanálisis había sido en su modesta casa en la
capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la
actual multiplicaron las arrugas en su frente e intensificaron su palidez de
sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta,
su espíritu, firme, su cortesía, implacable como siempre, pero un ligero
impedimento en el habla me perturbó. Aparentemente, debió ser operado a raíz de
un tumor maligno en su maxilar superior. Desde entonces, Freud usa una
prótesis, causa de una permanente irritación para él).
SF: Detesto mi maxilar mecánico porque la lucha con el
aparato me consume una energía preciosa, pero lo prefiero a no tener maxilar;
todavía prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles
con nosotros, tornando la vida más desagradable a medida que envejecemos. Al
final, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos. (Freud
se niega a admitir que el destino le reserva algo especial). ¿Por qué (dice
con calma) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus
arrugas, llega para todos. Yo no me rebelo contra el orden universal.
Finalmente, son más de setenta años. Tuve suficiente para comer. Aprecié muchas
cosas: la compañía de mi mujer, de mis hijos, la puesta del sol, observé las
plantas crecer en primavera, de vez en cuando tuve una mano amiga para
estrechar, ocasionalmente encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué
más puedo querer?
GSV: Ud. tuvo fama, su obra influyó en la literatura de
cada país, el hombre ve la vida y se ve a sí mismo con otros ojos gracias a Ud.
Y, recientemente, en su septuagésimo aniversario, el mundo se unió para
homenajearlo, con excepción de su propia Universidad.
SF: Si la Universidad de Viena me demostrase su
reconocimiento, yo me sentiría turbado. No hay razón para aceptarme a mí y a mi
obra porque tengo setenta años. No atribuyo importancia a los decimales. La
fama llega recién cuando morimos y, francamente, lo que viene después no me
interesa, no aspiro a la gloria póstuma. Mi modestia no es una virtud.
GSV: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a
vivir?
SF: Absolutamente nada, si es que va a vivir, lo cual no
es seguro. Más bien estoy preocupado por el destino de mis hijos. Espero que
sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho, la guerra prácticamente
liquidó mis posesiones, lo que había logrado durante toda mi vida. Pero me
puedo dar por satisfecho; el trabajo es mi fortuna.
(Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña senda
en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía)
SF: Estoy mucho más interesado en este brote que en lo
que pueda suceder conmigo después de muerto.
GSV: ¿Entonces, finalmente, Ud. es un profundo pesimista?
SF: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión
filosófica malogre mi afición por las cosas simples de la vida.
GSV: ¿Cree en la subsistencia de la vida después de la
muerte, de la forma que fuere?
SF: No pienso nada de eso. Todo lo que vive perece. ¿Por
qué debería el hombre ser una excepción?
GSV: ¿Le gustaría retornar de algún modo, ser rescatado
del polvo? En otras palabras, ¿tiene deseos de inmortalidad?
SF: Sinceramente no. Si reconozco los motivos egoístas
tras la conducta humana, no tengo el mínimo deseo de volver a la vida;
moviéndose en círculo, sería la misma. Además, aun si el eterno retorno de las
cosas, para usar una expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestro
envoltorio carnal, ¿para qué serviría sin memoria? No habría conexión entre el
pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho sabiendo
que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente cesará. Nuestra vida es
necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el yo y
su medio. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.
GSV: Bernard Shaw sostiene que vivimos demasiado poco;
cree que el hombre podría prolongar la vida si así lo deseara, elevando su
voluntad por sobre las fuerzas de la evolución, cree que la humanidad puede
recuperar la longevidad de los patriarcas.
SF: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad
biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor y el odio
por una persona habitan en nuestro corazón al mismo tiempo, así también toda la
vida conjuga el deseo de permanecer y el deseo de la propia destrucción. Del
mismo modo que un elástico estirado tiende a asumir su forma original, toda la
materia viva, consciente o inconscientemente, busca volver a la completa,
absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de la vida y el
impulso de la muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la
compañera del amor; juntos, ellos rigen el mundo. Es lo que dice mi libro, “Más
Allá del Principio del Placer”. En sus comienzos, el psicoanálisis supuso que
el amor era lo fundamental; ahora sabemos que la muerte es igualmente
importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida
queme dentro de él, ansía llegar al Nirvana, al cese de esa fiebre llamada
vivir, ansía el (seno de Abraao). El deseo puede ser encubierto mediante
digresiones. No obstante, el objetivo último de la vida es su propia extinción.
GSV: Esa es la filosofía de la autodestrucción. Ella
justifica el autoexterminio; llevaría lógicamente al suicidio universal
imaginado por Eduard Von Hartmann.
SF: La humanidad no elige el suicidio porque una ley de
su ser desaprueba la vía directa para su fin; una vida tiene que completar su
ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es lo
suficientemente fuerte como para contrabalancear la pulsión de muerte, que, sin
embargo, al final, resulta más poderosa. Podemos tener la fantasía de que la
muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería posible que pudiésemos
vencer a la muerte, si no fuese por su aliado dentro nuestro. En este sentido (agregó
Freud con una sonrisa), estaría justificado decir que toda muerte es un
suicidio disfrazado.
(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación
en el consultorio. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con una caligrafía
clara de Freud).
GSV: ¿En qué está trabajando?
SF: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del
psicoanálisis practicado por legos. Los médicos quieren declarar ilegal el
análisis conducido por quienes no sean médicos. La historia, esa vieja
plagiadora, se repite con cada descubrimiento. Los médicos combaten cada nueva
verdad que comienza; después procuran monopolizarla.
GSV: ¿Tuvo mucho apoyo de los legos?
SF: Algunos de mis mejores discípulos son
legos.
GSV: ¿Está practicando mucho psicoanálisis?
SF: En este momento estoy trabajando en un caso muy
difícil, tratando de desanudar los conflictos psíquicos de un nuevo paciente
muy interesante. Mi hija también es psicoanalista, como Ud. ve...
(En ese momento aparece Anna Freud acompañada de su
paciente, un niño de once años, de facciones inconfundiblemente anglosajonas).
GSV: ¿Ya se analizó a Ud. mismo?
SF: Ciertamente. El psicoanalista debe
analizarse a sí mismo constantemente. Analizándonos, estamos más capacitados
para analizar a los otros. El psicoanalista es como el chivo expiatorio de los
hebreos. Los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a
la perfección para deshacerse del peso que se carga sobre él.
GSV: Mi impresión es que el psicoanálisis despierta en
todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en
la vida que el psicoanálisis no pueda hacernos comprender, “Tout comprec est
tout pardonner” (Comprender es perdonar)
SF: Por el contrario (Freud se enoja; sus facciones
asumen la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar
todo. El análisis nos enseña no sólo lo que podemos soportar, sino también lo
que podemos evitar. Nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el
mal no es en modo alguno un corolario del conocimiento.
(Súbitamente comprendí por qué Freud se había
enfrentado con los seguidores que lo habían abandonado; él no perdona su
desviación del camino recto de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es justo es herencia de
sus ancestros; una herencia de la que se enorgullece, como se enorgullece de su
raza). Mi lengua es el alemán; mi cultura, mi realización es alemana. Yo me
consideraba un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del
prejuicio antisemita en Alemania y Austria. Desde entonces, prefiero
considerarme judío.
(Esta observación me desconcertó. Me parecía que el
espíritu de Freud debía habitar en las alturas, más allá de cualquier
preconcepto sobre las razas, que debía ser inmune a cualquier rencor personal.
Sin embargo, precisamente, su indignación, su honesta ira, lo volvía más
atrayente como ser humano. Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!)
GSV: Estoy contento, Señor Profesor, de que también Ud.
tenga sus complejos, de que demuestre que también es un mortal!!
SF: Nuestros complejos son la fuente de nuestra franqueza
pero, con frecuencia, también son la fuente de nuestra fuerza.
GSV: Imagino cuáles serían mis complejos!
SF: Un análisis serio dura por lo menos un año, e incluso
dos o tres años. Ud. está dedicando muchos años de su vida a la “caza de
leones”. Siempre buscó a las personas de su generación que se destacan:
Roosevelt, el Emperador, Hindenburg, Briand, Foch, Joffre, George Bernard
Shaw...
GSV: Es parte de mi trabajo.
SF: Pero es también su preferencia. El gran
hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Ud. está
buscando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte de su
“complejo paterno”.
(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Sin
embargo, reflexionando, me parece que puede haber una verdad en ella, aunque
insospechada por mí. Pudo ser el mismo impulso que me llevó a él. Después de un
momento, pensé que me gustaría quedarme allí lo bastante como para vislumbrar
mi corazón a través de sus ojos. Tal vez, como Medusa, muriese de horror al ver
mi propia imagen! Sin embargo, tengo temor de saber mucho sobre psicoanálisis.
Frecuentemente yo anticiparía, o intentaría anticipar sus intenciones).
SF: La inteligencia de un paciente no es un obstáculo.
Por el contrario, a veces facilita el trabajo.
(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere de
muchos de sus seguidores, a quienes no les agrada la excesiva seguridad del
paciente respecto de su escrutinio).
GSV: A veces pienso si no seríamos más felices sabiendo
menos acerca de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones.
El psicoanálisis roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento
con su grupo original de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo
que todos nosotros abrigamos un criminal y un animal.
SF: ¿Qué objeción puede haber en contra de los animales?
Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.
GSV: ¿Por qué?
SF: Porque son tanto más simples. No sufren una
personalidad dividida, la desintegración del yo que resulta del intento del
hombre de adaptarse a los patrones de la civilización, demasiado elevados para
su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal, es cruel, pero
no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre
contra la sociedad, por las restricciones que ella le impone. Los rasgos más
desagradables del hombre son generados por esa adaptación precaria a una
civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos
y nuestra cultura. Mucho más desagradables son las emociones simples y directas
de un perro al mover la cola o al ladrar expresando su displacer. Las emociones
del perro (agregó Freud pensativamente) nos recuerdan a los héroes de la
Antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente ponemos a
nuestros perros nombres de héroes antiguos, como Aquiles o Héctor.
GSV: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ayax.
SF: (sonriendo) Me pone contento que no pueda
leer. Seguramente sería un miembro menos querido de la casa si pudiese ladrar
su opinión sobre los traumas psíquicos y sobre el Complejo de Edipo!
GSV: Igualmente, Ud., Profesor, imagina una existencia
por demás compleja. Sin embargo, me parece que Ud. es en parte responsable de
las complejidades de la civilización moderna. Antes de que inventase el
psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad está dominada por un
ejército beligerante de complejos muy cuestionables. El psicoanálisis hace que
la vida se vuelva un rompecabezas complicado.
SF: De ninguna manera. El psicoanálisis torna la vida más
simple, adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis
reordena una maraña de impulsos dispersos, procura enrollarlos en su carretel.
O, modificando una metáfora, provee el hilo que conduce a la persona fuera del
laberinto de su inconsciente.
GSV: Al menos superficialmente, sin embargo, la vida
humana nunca fue más compleja. Y cada día alguna nueva idea propuesta por Ud. o
por sus discípulos torna el problema de la conducta humana más intrigante y más
contradictorio.
SF: El psicoanálisis, por lo menos, jamás cierra la
puerta a una nueva verdad.
GSV: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que Ud., se
apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.
SF: La vida cambia; el psicoanálisis también cambia.
Estamos apenas en los comienzos de una nueva ciencia.
GSV: La estructura científica que Ud. construyó me parece
muy elaborada. Sus fundamentos –la teoría de la “escisión”, de la “sexualidad
infantil”, del “simbolismo de los sueños”, etc.- parecen permanentes.
SF: Repito que estamos en los inicios. Apenas soy un
iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la
mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir
continentes.
GSV: ¿Aún pone el énfasis especialmente en el sexo?
SF: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt
Withman: “Sin embargo, todo faltaría si faltase el sexo” (“Yet all were
lacking, if sex were lacking”). Sin embargo, ya le expliqué que ahora coloco un
énfasis casi igual en aquello que está “más allá” del placer – la muerte, una
negociación de la vida-. Este aniquilamiento! El explica por que los poetas
agradecen a:
Whatever gods
there be,
That no life
lives forever
And even the
weariest river
Winds
somewhere safe to sea.
(“Cualesquiera sean los dioses que existan / que ninguna
vida viva para siempre / Y aun el río más exhausto / Desemboque en el apacible
mar”).
GSV: Shaw, como Ud., no desea vivir para siempre, pero a
diferencia de Ud., no considera al sexo interesante.
SF: (sonriendo) Shaw no comprende el sexo. No
tiene la más remota concepción acerca del amor. No hay un verdadero caso
amoroso en ninguna de sus obras. Convierte en un juego el amor de Julio César,
tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez
maliciosamente, él despojó a Cleopatra de toda grandeza, reduciéndola a una
insignificante mujer. La extraña actitud de Shaw ante el amor, de su negación
del móvil de todas las cosas humanas, que elimina de sus obras la apelación a
lo universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su
psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el trazo ascético de su
temperamento. Yo puedo estar equivocado en muchas cosas, pero estoy seguro de
no haberme equivocado al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser
tan fuerte, éste choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la
civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa, procura negar su
importancia. Si Ud. escarba un poco en un ruso, dice el proverbio, aparece un
tártaro debajo de su piel. Analice cualquier emoción humana; no importa cuán
distante esté de la esfera de la sexualidad, y seguramente encontrará ese
impulso sexual primordial, al cual la propia vida debe la perpetuación.
GSV: Sin duda Ud. ha transmitido bien ese punto de vista
a los escritores modernos. El psicoanálisis dio una nueva intensidad a la
literatura.
SF: También recibí mucho de la literatura y de la
filosofía. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente
hasta qué punto su intuición preanuncia los nuevos descubrimientos. Nadie se
había percatado tan profundamente de los motivos dualistas de la conducta
humana y de la insistencia del principio del placer en predominar
indefinidamente. Zaratustra dice: “El dolor grita: vamos! Pero el placer quiere
la eternidad Pura, la profunda eternidad”. El psicoanálisis puede ser menos
ampliamente discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos; sin
embargo, su influencia en la literatura es inmensa. Thomas Mann y Hugo von
Hofmannsthak nos deben mucho a nosotros. Schnitzler recorre una vía que es, en
gran medida, paralela a mis propios desarrollos. El expresa poéticamente lo que
yo trato de comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzler no es sólo un
poeta, también es un científico.
GSV: Ud. no es sólo un científico sino también un poeta.
La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes Harvey
O’Higgins y otros actúan como sus intérpretes. Es casi imposible leer una nueva
novela romántica sin encontrar una referencia al psicoanálisis. Entre los
dramaturgos, Eugene O’Neill y Sydney Howard tienen una profunda deuda para con
Ud. The Silver Cord, por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo
de Edipo.
SF: Yo sé y agradezco el cumplido que encierra esa
afirmación, pero tengo mis reservas respecto de mi popularidad en los Estados
Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no es profundo. La
popularidad lleva a la aceptación superficial, sin estudio serio. Las personas
tan solo repiten las frases que aprenden en el teatro o en los libros; piensan
que comprenden algo de psicoanálisis porque juegan con su jerga! Yo prefiero
una ocupación intensa en el psicoanálisis, como ocurre en los centros europeos.
América fue el primer país en reconocerme oficialmente. La Clark University me
otorgó un diploma honorario cuando en Europa todavía era ignorado. Sin embargo,
América hizo pocas contribuciones originales al psicoanálisis. Los americanos
son opinadores inteligentes; raramente pensadores creativos. Los médicos en
Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, procuran monopolizar para sí el
psicoanálisis. Pero sería un peligro que el psicoanálisis quedase
exclusivamente en manos de los médicos, con una formación estrictamente médica
y, con frecuencia, sería un obstáculo para el psicoanalista. Es siempre un
obstáculo que ciertas concepciones científicas tradicionales permanezcan
arraigadas en el cerebro estudioso.
(Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio!
No puede obligarse a sí mismo a que le agrade América, donde está la mayoría
de sus admiradores. A pesar de su intransigente integridad, Freud es la
urbanidad en persona. Escucha pacientemente cada intervención, evitando siempre
intimidar a su entrevistador. Es raro el visitante que deja su presencia sin
algún presente, alguna señal de hospitalidad! Había oscurecido, era tiempo de
tomar el tren de regreso a la ciudad que una vez albergara el esplendor
imperial de los Hasburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud
descendió los peldaños que conducían de su refugio en la montaña a la ruta,
para verme partir. Me pareció cansado y triste al despedirse).
SF: No me haga parecer un pesimista (dice esto después
de estrecharme la mano). No tengo desprecio por el mundo. Expresar desdén
por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplausos.
No, no soy un pesimista; tengo mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy
infeliz, al menos más infeliz que otros.
(El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil
me conducía rápidamente a la estación. Poco a poco, la silueta ligeramente
encorvada y la cabeza cana de Sigmund Freud desaparecían a la distancia).
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