Hace
muchos años tuve la oportunidad de leer
en un clásico libro de psicoanálisis escrito por Oscar Masotta un
epígrafe que decía: la mujer es más recóndita
que el camino por donde en el agua pasa el pez. Sin duda es una comparación
muy sorprendente en tanto la relación de superioridad de los términos
comparados da mucho que pensar, teniendo en cuenta lo irrepresentable de la senda
que cualquier ser que se desplace por el agua puede dejar. La frase nos dice
que en la mujer hay algo de incognoscible, innombrable, de indecible, mediante
una comparación de gran eficacia
expresiva producida, entre otras cosas, por la gran distancia existente entre
los elementos utilizados en su construcción.
Esa
frase de aquel libro la recordé hace poco al leer Los Cantos De Maldoror escritos por el Conde de Lautreamont. En
alguna parte del segundo Canto, Maldoror es testigo de cómo tres tiburones machos
se enfrentan a una hembra hambrienta, a la cual el protagonista salva
intercediendo en la lucha en medio del mar. Lautreamont, amante de las
metáforas, las comparaciones y las imágenes, compone una “figura femenina” mediante una representación
bestial, que se presenta entre lo bello y lo terrorífico, en el límite de lo
soportable, que vale la pena compartir aquí:
“…Se encuentran frente a
frente, el nadador y la hembra de tiburón, salvada por él. Se miran a los ojos
durante algunos minutos; y cada uno se asombra de encontrar tanta ferocidad en
la mirada del otro. Giran en redondo, nadando, sin perderse de vista, y se
dicen para sí mismos: “me he engañado hasta ahora; he aquí alguien más
malvado.” Entonces, de común acuerdo, entre dos aguas, se deslizaron el uno
hacia el otro con mutua admiración; la hembra de tiburón abría el agua con sus
aletas, Maldoror la sacudía con sus brazos, y reteniendo ambos la respiración,
con una veneración profunda, cada uno deseoso de contemplar, por primera vez,
su vivo retrato. Llegados a tres metros de distancia, sin hacer ningún
esfuerzo, cayeron bruscamente uno sobre otro, como dos amantes, y se abrazaron
con dignidad y reconocimiento, con tanta ternura y tanto cariño como lo harían
un hermano y una hermana. Los deseos carnales no tardaron en seguir a esta
demostración de amistad. Dos muslos nerviosos se adherían estrechamente a la
piel viscosa del monstruo, como dos sanguijuelas; y los brazos y las aletas se
entrelazaban alrededor del cuerpo del objeto amado al que rodeaban con amor,
mientras que sus gargantas y sus pechos no formaban más que una masa sórdida
con exhalaciones de algas marinas; en
medio de la tempestad que continuaba castigando, a la luz de los relámpagos;
teniendo por lecho nupcial la ola espumosa, transportados por una corriente
submarina como en una cuna, rodando sobre sí mismos hacia las desconocidas
profundidades del abismo, se unieron en un acoplamiento largo, casto y
repugnante…”
Lionel Klimkiewicz
Muy interesante!
ResponderEliminargracias!
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