miércoles, 29 de agosto de 2012

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS de Dino Buzzati




Jorge Luis Borges decía que a él le gustaba pensar las cosmogonías en el tiempo, y no en el espacio, como hace la mayoría de la gente. Seguramente era ese uno de los motivos por el que en su biblioteca personal figuraba este gran libro llamado “El desierto de los tártaros” del escritor italiano Dino Buzzati, escrito en 1940. En él se desarrolla la idea del tiempo, los diferentes momentos de la vida de una persona, junto con sus expectativas, sus frustraciones, sus resignaciones, su paranoia, las traiciones a su deseo, las sugestiones más engañosas y el lugar del destino como una providencia de la que se espera eternamente ese instante que de razón a toda una existencia que, en todos sus sentidos y sin-sentidos, no hace más que consumirse. El argumento elegido por el autor para llevar adelante esta idea en primera instancia no parece muy atrapante, pero termina siendo una metáfora que logra numerosas significaciones: es la de un soldado destinado a una fortaleza fronteriza que linda con un desierto del que siempre se espera aquello que pueda nombrar a alguien como héroe.
          Porque está muy bien escrito, porque es de una simpleza demoledora, porque despliega ideas excelentes, porque tiene un capítulo seis del que nadie sale indemne y también un final a la altura requerida por el tema; por estos y muchos motivos más, es una novela que merece ser leída por todo amante de la literatura y por todo aquel que se pregunte algo de su propia existencia, porque respuestas en el libro sobran.
          Existe también una versión cinematográfica que lleva la música de Enio Morricone que si bien respeta la línea argumental de la historia (cosa que raramente sucede cuando un libro es llevado al cine) lamentablemente solo consigue aproximarse muy poco a las ideas que Dino Buzzati quiere transmitir. En ese punto, ver la película sin leer el libro por un lado desvaloriza, como siempre ocurre, la riqueza que la palabra escrita puede tener, y por otro paradójicamente acerca al espectador de una manera casi patética al protagonista de la historia, ya que la vida de Giovanni Drogo, es  la de alguien que “no entendió”.


                                                     Lionel Klimkiewicz


sábado, 25 de agosto de 2012

EMBRIAGÁOS! (Freud y Baudelaire)


                            



En 1915 Sigmund Freud escribe un pequeño ensayo de una calidad narrativa inigualable titulado “Lo perecedero”, que se inicia con una anécdota ocurrida unos años antes cuando al pasear con dos amigos artistas estos se manifestaban preocupados por la idea de la transitoriedad de la belleza que se les manifestaba en los floridos campos que acompañaban su caminata. La sensación de que el esplendor que los rodeaba estaba destinado a perecer les impedía a sus acompañantes poder disfrutar del goce que  ese paisaje les proporcionaba.
La anécdota le posibilita  entonces a Freud plantear que ante esta preocupación por los estragos que el tiempo le inflige a lo bello, se originan dos tendencias psíquicas distintas: una que conduce al amargado hastío del mundo y otra que conduce a una suerte de negación de esta pretendida fatalidad. Dirá entonces que “la rebelión psíquica contra la aflicción, contra el duelo por algo perdido” malogra el goce de lo bello. Esto quiere decir que pensar a Cronos como  causa de  sufrimiento es un modo en que el ser hablante puede desplazar sus dificultades para soportar las pérdidas, aquellas de las que ninguno está exento.
Ahora bien, que nos inunde el sentimiento trágico de la vida, como decía Unamuno, que intentemos darle una –siempre patética- significación a la muerte, que naufraguemos en la confusión entre lo inmortal y lo eterno, que siempre tengamos la sensación de haber llegado demasiado temprano o demasiado tarde, que el eterno retorno de lo mismo  nos encuentre siempre en el mismo lugar, o que muchas veces sea la hora fatal la que nos entregue la clave del “laberinto múltiple de pasos” de los días que se tejen desde la niñez…todo eso no es culpa del reloj…
Pero mejor ahora leamos lo que podríamos llamar “la solución  Baudelaire”, expresada por el poeta maldito en uno de sus  “Pequeños poemas en prosa”:

                              EMBRIAGAOS
“Hay que estar siempre embriagado. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os quiebra los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que emborracharos sin tregua.
Pero¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.
Y si en alguna ocasión, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la sombría soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os responderán:
- Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin parar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.”


                                    Lionel F. Klimkiewicz

miércoles, 22 de agosto de 2012

JUNIO DE 1986: BORGES Y MARADONA



    

                                                            

En el mes de junio de 1986, se producían dos acontecimientos de gran importancia que fueron noticia en todo el planeta. Fallecía en Ginebra Jorge Luis Borges, y Diego Maradona convertía un gol inolvidable en el mundial de fútbol disputado en México. Pareciera que solo la simple casualidad de compartir fechas en el almanaque, la repercusión pública  y una nacionalidad  podrían ser la única excusa para vincular dos acontecimientos tan disímiles a simple vista. Pero acaso no podría haber entre ellos otro punto en común?
Nadie a esta altura duda del genio creativo de Borges. Sus cuentos y poemas están junto a los más grandes de la historia de la literatura universal y es tal vez el mejor escritor del siglo XX. Como pocos pudo entender esa unión estrecha entre el lenguaje y la poesía, tal como lo dice en el prólogo de “El otro,  el mismo”:
“La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico (…) La poesía quiere volver a esa antigua magia. Sin prefijadas leyes, obra de un modo vacilante y osado, como si caminara en la oscuridad. Ajedrez misterioso la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto”
Ahora bien…un gol… ¿Puede ser una obra de arte?¿Puede acaso ser un hecho estético? La respuesta es difícil. En un texto anterior cité las palabras del propio Borges cuando decía que las cosas no son intrínsecamente poéticas y que para ascenderlas a poesía no se requiere privativamente hablar en metáforas, sino que a esas cosas hay que vincularlas con nuestro vivir, y que nos acostumbremos a pensarlas con devoción.
Buscando respuestas, podemos pensar también en la definición del esteta polaco Wladyslaw Tatarkiewicz cuando dice: “Una obra de arte  es la reproducción de cosas, la construcción de formas, o la expresión de un tipo de experiencias que deleiten, emocionen o produzcan un choque” y que además proporciona un “alimento espiritual”.
O si no podemos formular el problema de otra manera: ¿Acaso la belleza, el estilo, la creatividad, el talento, la imaginación, la intuición, lo imprevisible e incalculable que se expresa en ese gol de Maradona, y el impacto emocional que produjo, no alcanzan para establecer que sea una gran obra de “arte moderno”?


                                          Lionel Klimkiewicz

sábado, 18 de agosto de 2012

SAN MARTÍN: LO DEMÁS NO IMPORTA NADA


                                                          

                
 En la película REVOLUCIÓN, estrenada el año pasado, y que  se centra principalmente en el cruce de los Andes realizado por el general San Martín y su ejército, hay una emotiva escena en donde el padre de la patria realiza una arenga a sus soldados antes de la batalla, y de la cual el spot publicitario que circula por los canales de aire de la tv recorta una frase muy contundente: “seamos libres, que lo demás no importa nada!”.
Tal vez sea cierto que San Martín haya dicho esas palabras a sus soldados antes de la batalla en Chile, no hay por qué dudar ya que en realidad fueron escritas tiempo después por él antes de entrar al Perú con su ejército.
La historia dice que una vez liberado Chile, San Martín vuelve a Buenos Aires para pedir el dinero que le permita continuar con la campaña al Alto Perú. Solo termina recibiendo la mitad de lo necesario y cuando se disponía a comenzar la campaña recibe la orden del Directorio de dirigirse hacia el Litoral a combatir a los Federales. Conocida es la negativa de Don José, quien se niega a derramar sangre de compatriotas. Casi sin apoyo entonces continúa ultimando los detalles del asalto final al ejército realista en Lima. Es en ese momento cuando emite el siguiente documento para sus soldados:
“Orden general del 18 de julio de 1819:
Compañeros del Ejército de los Andes: ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos, sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos, si no tenemos dinero, carne y un trozo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavo de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje. Muerte es mejor que ser esclavo de los maturrangos!”

Ese hombre que era capaz de hablar de esa manera a sus soldados, era al mismo tiempo un gran lector en francés, latín e inglés. Solía incluso leerles a sus hombres, muchos de ellos analfabetos, fragmentos de obras clásicas acompañados de las correspondientes explicaciones.
Gran apasionado de los libros, sabía muy bien expresar sus ideas cuando escribía. Este párrafo de su decreto de creación de la biblioteca nacional en Perú así lo muestra:
“Convencido sin duda el gobierno español de que la ignorancia es la columna más firme del despotismo, puso las más fuertes trabas a la ilustración de los americanos, manteniendo su pensamiento encadenado para impedir que adquiriese el conocimiento de su dignidad. Semejante sistema era muy adecuado a su política; pero los gobiernos libres, que se han erigido sobre las ruinas de la tiranía, deben adoptar otro enteramente distinto, dejando seguir a los hombres y a los pueblos su natural impulso hacia la perfectibilidad.”

          Sobre San Martín hay mucho escrito, pero cualquier biografía muestra que lo impactante de su vida no fueron solo sus hazañas militares sino que ellas se sostenían en su infatigable y arrolladora manera de hacer acto sus palabras.


por LIONEL KLIMKIEWICZ

miércoles, 15 de agosto de 2012

JOHN RUSKIN Y EL MINERO AUSTRALIANO




 

Vamos al grano. John Ruskin (1819-1900) fue un reconocido sociólogo y crítico de arte inglés. Desde joven comenzó a publicar varios de los libros que lo posicionaron como una persona influyente en el campo del arte y la filosofía política. Acuñó varias frases, como aquella que dice que “el arte de enriquecerse consiste en empobrecer al vecino” -de la cual los analistas lacanianos encontrarán sus resonancias en las conceptualizaciones que realiza el famoso psicoanalista francés cuando habla de “la función del bien”- o aquella otra que dice “conozco el secreto de extraer la tristeza de todas las cosas, pero no la alegría”.
Fue también al parecer un gran ensayista, y allá por mediados del siglo XIX pronunció un discurso que luego fue publicado y que se tituló “De los tesoros de los reyes”. En él se propone abordar la cuestión de cómo y qué leer, es decir, del modo de encontrar (o perder, llegado el caso) los tesoros ocultos en los libros. Para recorrer ese camino desarrolla varias ideas de las cuales me parece interesante compartir aquí algunas.
Ruskin plantea por ejemplo, que todos los libros son divisibles en dos clases: los libros del momento y los libros de siempre. Esta, claro, es una distinción de especie, y no de calidad. Es decir, que hay libros buenos para el momento y libros buenos para siempre, así como libros malos para el momento y libros malos para siempre. Entre los libros del momento se encuentran los libros de viajes, las discusiones de problemas, las narraciones en forma de novela, las descripciones de hechos, etc, etc, (la lista, en realidad, la puede completar cada uno a su gusto). Ahora bien, como un libro  no es una cosa que se refiere sino una cosa que se escribe, Ruskin plantea que no se escribe con el solo propósito de la comunicación sino  también por el de la permanencia. No se escribe para multiplicar la voz sino para perpetuarla. Esos grandes hombres de letras, esos reyes, esa verdadera aristocracia que posee los más grandes tesoros, son aquellos que escriben esos libros para siempre. Y ellos, por ende, no pueden descender hasta nosotros, sino que somos nosotros los que debemos elevarnos hacia ellos. Cómo? No por medio de la ambición, sino por medio del amor.  Hay que amar a esa gente (transferencia, dirá Freud años después) y ese amor se demuestra de dos maneras:
a) Por el deseo de estar en sus pensamientos y ser aleccionado por ellos. Hay que entrar en ellos, dice Ruskin, y no tratar en encontrar los nuestros expresados en ellos.
b) Si el autor vale algo, no podremos entenderlo enseguida, sino que, todo lo contrario, no lograremos comprenderlo durante mucho tiempo. Esos autores no quieren decirnos las cosas sino de un modo secreto, no nos ofrecen aquello que dicen a modo de auxilio sino de premio. Por eso el oro es el símbolo de la sabiduría. Se conducen como la naturaleza, que deposita el metal precioso en algunas estrechas hendiduras de la tierra, nadie sabe donde: podemos cavar durante mucho tiempo y no encontrar nada; y, para encontrar algo, tendremos de todos modos que cavar penosamente. En sus palabras:
“Cuando os dirigís a un buen libro, debéis preguntaros ¿Estoy dispuesto a trabajar como un minero australiano?¿Están mis picos y azadores en buen orden, y estoy yo mismo en la disposición debida, con las mangas remangadas hasta el codo, y el aliento y el ánimo que corresponden? Si el metal que buscáis es la significación o el espíritu del autor, sus palabras son como la roca que tenéis que romper y fundir con el fin de obtenerlo. Y vuestras azadas son vuestro cuidado y vuestro ingenio; el horno de fundición, vuestra propia alma pensante. No esperéis penetrar el sentido de ningún buen autor sin estas herramientas y este fuego; con frecuencia, necesitareis los más agudos y finos instrumentos, y la fusión más paciente, antes de poder conseguir un solo grano de metal.”
Finalizará la idea diciendo que un hombre de letras será aquel que lea letra por letra, que es el modo de aprender la dignidad de las palabras.
El discurso continúa, poniendo como ejemplo la lectura de unos versos de Milton, y desplegando varias ideas interesantes dignas de ser conocidas
La invitación a leer el discurso completo está hecha… por lo pronto, usted lector, está de acuerdo con esta distinción entre libros de momento y libros para siempre?

sábado, 11 de agosto de 2012

TIBURONA: LOS CANTOS DE MALDOROR de LAUTREMONT




Hace muchos años tuve la oportunidad de leer  en un clásico libro de psicoanálisis escrito por Oscar Masotta un epígrafe que decía: la mujer es más recóndita que el camino por donde en el agua pasa el pez. Sin duda es una comparación muy sorprendente en tanto la relación de superioridad de los términos comparados da mucho que pensar, teniendo en cuenta lo irrepresentable de la senda que cualquier ser que se desplace por el agua puede dejar. La frase nos dice que en la mujer hay algo de incognoscible, innombrable, de indecible, mediante una comparación  de gran eficacia expresiva producida, entre otras cosas, por la gran distancia existente entre los elementos utilizados en su construcción.
Esa frase de aquel libro la recordé hace poco al leer Los Cantos De Maldoror escritos por el Conde de Lautreamont. En alguna parte del segundo Canto, Maldoror es testigo de cómo tres tiburones machos se enfrentan a una hembra hambrienta, a la cual el protagonista salva intercediendo en la lucha en medio del mar. Lautreamont, amante de las metáforas, las comparaciones y las imágenes, compone una  “figura femenina” mediante una representación bestial, que se presenta entre lo bello y lo terrorífico, en el límite de lo soportable, que vale la pena compartir aquí:

“…Se encuentran frente a frente, el nadador y la hembra de tiburón, salvada por él. Se miran a los ojos durante algunos minutos; y cada uno se asombra de encontrar tanta ferocidad en la mirada del otro. Giran en redondo, nadando, sin perderse de vista, y se dicen para sí mismos: “me he engañado hasta ahora; he aquí alguien más malvado.” Entonces, de común acuerdo, entre dos aguas, se deslizaron el uno hacia el otro con mutua admiración; la hembra de tiburón abría el agua con sus aletas, Maldoror la sacudía con sus brazos, y reteniendo ambos la respiración, con una veneración profunda, cada uno deseoso de contemplar, por primera vez, su vivo retrato. Llegados a tres metros de distancia, sin hacer ningún esfuerzo, cayeron bruscamente uno sobre otro, como dos amantes, y se abrazaron con dignidad y reconocimiento, con tanta ternura y tanto cariño como lo harían un hermano y una hermana. Los deseos carnales no tardaron en seguir a esta demostración de amistad. Dos muslos nerviosos se adherían estrechamente a la piel viscosa del monstruo, como dos sanguijuelas; y los brazos y las aletas se entrelazaban alrededor del cuerpo del objeto amado al que rodeaban con amor, mientras que sus gargantas y sus pechos no formaban más que una masa sórdida con exhalaciones  de algas marinas; en medio de la tempestad que continuaba castigando, a la luz de los relámpagos; teniendo por lecho nupcial la ola espumosa, transportados por una corriente submarina como en una cuna, rodando sobre sí mismos hacia las desconocidas profundidades del abismo, se unieron en un acoplamiento largo, casto y repugnante…”

                                                 Lionel Klimkiewicz

miércoles, 8 de agosto de 2012

BORGES Y BEPPO




                                                                      Lionel F. Klimkiewicz



                    



¿Son los gatos un hecho poético? Borges pensaba que las cosas no son intrínsecamente poéticas, y que para ascenderlas a poesía no se requiere hablar privativamente en metáforas, sino que intentemos vincularlas con nuestro vivir, que nos acostumbremos a pensarlas con devoción.
Se trancriben aquí los versos que le inspirara su famoso gato Beppo, como ejemplo de su modo de pensar y sentir la poesía:




El gato blanco y célibe se mira
En la lúcida luna del espejo
Y no puede saber que esa blancura
Y esos ojos de oro que no ha visto
Nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
Es apenas un sueño del espejo?
Me digo que son gatos armoniosos
El de cristal y el de caliente sangre,
Son simulacros que concede el tiempo
Un arquetipo eterno. Así lo afirma,
Sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
De qué divinidad indescifrable
Somos los hombres un espejo roto?

Jorge Luís Borges

martes, 7 de agosto de 2012

MÍNIMO




                                                  

Allá por fines de la década del ´60 en medio de una acalorada conversación con alumnos universitarios, el psicoanalista francés J. Lacan ante la franca ignorancia demostrada por uno de sus interlocutores, decía casi al modo de súplica: “hace falta un mínimo”.
Comenzar con esta peculiar anécdota para hablar sobre música podría parecer un recurso “desentonado”, si no fuera porque hace pocos días salió a la venta un disco de jazz de Gabriel Domenicucci, que además de psicoanalista es músico, y de los buenos. Este nuevo trabajo lo tituló “Mínimo” porque según dice: “Mínimo es el nombre que materializa el proyecto de    
desplegar elementos musicales, estética y conceptualmente simples.
Mínimo es condensación y libertad a la vez. Es la resultante de la combinación de la escritura y la improvisación. Mínimo es una idea en tránsito...”

         
Y es verdad… el concepto musical por el que transita  “mínimo” tiene una estética que se despliega en dos carriles, que podríamos nombrar como lo sugerente y lo delicado. Lo delicado lo encontramos en los detalles de los arreglos que presentan un ensamble de transiciones sutiles que permiten la aparición de una melodía cuidada y por momentos muy sugerente. Y claro que para lograr esto hace falta un mínimo que implica que además de  rodearse de buenos músicos que acompañen –punto destacado de esta obra, en la que además del contrabajo del propio Domenicucci sobresale la trompeta de Sergio Wagner- hay que poder lograr llevar el concepto al pentagrama, que en este caso implica el trabajo de lograr plasmar la calidad que existe en la simpleza, fundamentalmente en esta época en donde el jazz se convierte muchas veces en un estilo musical en donde el virtuosismo narcisista prima sobre lo que el arte mismo implica, es decir, la posibilidad de ser compartido. Es que en psicoanálisis como en música, “hablar mucho” no significa decir algo. Pero para decir algo, hace falta un mínimo, y eso es lo que transmite este disco.


                                                   Lionel F. Klimkiewicz


lunes, 6 de agosto de 2012

DISPAROS CONTRA MAUPASSANT




                                      

Guy de Maupassant tenía, al escribir, una estética muy definida. Según él mismo decía, “Cualquiera que sea la cosa que se quiere decir, sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla. Es preciso, pues, buscar, hasta descubrirlos, esta palabra, este verbo y este adjetivo antes que recurrir a supercherías, a payasadas del lenguaje que eviten las dificultades. Ver y ver exactamente, en esto consiste todo”.
Cualquier relato que tomemos, escrito por él, responde claramente a esta lógica. Tomemos como ejemplo unos párrafos de su cuento titulado “Un golpe de Estado”:

“Asi estuvieron frente a frente; Napoleón III, sobre la silla; el doctor de pie, a tres pasos de distancia.
Rebosaba de cólera; pero ¿qué hacer para galvanizar al pueblo y conquistar definitivamente una victoria en la opinión?
Su diestra, indecisa, tropezó sobre su vientre con la culata del revolver, sujeto al cinto rojo.
Nada se le ocurría: ni una idea, ni una palabra; empuñando el revolver, avanzó y disparó a boca de jarro la cabeza de yeso del monarca.
La bala hizo en la frente un agujero redondo, como una pequeña mancha, que no produjo ningún efecto. El señor Massarel, volviendo a disparar, produjo una herida semejante a la primera. Hizo un tercer disparo, y, seguidamente, soltó los tres que le quedaban. La frente de Napoleón III voló en partículas blancas; pero los ojos, las nariz y las retorcidas puntas del bigote quedaron intactas.”

Su estilo da la impresión siempre de ser preciso, logrando descripciones de personajes, situaciones o paisajes con una simpleza a veces impactante.
Sin embargo, siempre es enriquecedor encontrarse con una opinión diferente, tal como la que trabaja en su libro “El grado cero de la escritura”,  Roland Barthes cuando dice que la escritura “realista” (así la llama) de Maupassant, es una escritura puramente artificial, hecha de la combinación de los signos formales de la literatura (pretérito indefinido, estilo indirecto, etc.) y de los signos formales del realismo (lenguaje popular, costumbrista, etc.) que buscaría una forma óptima para expresar una realidad inerte como un objeto. En definitiva, una escritura artesanal, situada en el interior del patrimonio burgués, que no perturba ningún orden. Dicho por el propio Barthes: “Entre un proletariado excluido de toda cultura y una intelligentsia que comenzó a cuestionar la literatura, la clientela media, es decir, la pequeña burguesía, encontrará en la escritura artístico-realista –de la que en buena parte se hacen las novelas comerciales- la imagen privilegiada de una literatura que tiene todos los signos deslumbrantes e inteligibles de su identidad. Aquí la función del escritor no es tanto la de crear una obra sino la de entregar una Literatura que se vea desde lejos”.
La idea es clara,  se podría agregar además que si las cosas tienen una sola manera de ser expresadas, animadas y calificadas, implica que habría solo una manera de leer la realidad y que esta, además, no admitiría equívocos ni malentendidos. O dicho de otra manera, existiría una sola manera de decir acorde a la verdad de las cosas, y el que fuera capaz de encontrar esos términos pertinentes es aquel que porta el saber sobre esa verdad y el que está capacitado entonces para interpretar la realidad. Interpretación que será por supuesto mejor recibida en tanto se acomode mejor  a lo compartido por alguna mayoría, y que rechazará todo aquella que sea del orden de lo perturbador.
Lamentablemente, Maupassant no tuvo oportunidad de conocer ni responder la interesante crítica de Barthes. Pero en su favor se podría decir o por lo menos preguntar, si es lo mismo interpretar o criticar de un artista su obra de la misma manera que sus opiniones, por más que estas vengan a respaldar una estética.
Como seguramente todo amante de la literatura pasó alguna vez por las páginas de este gran escritor francés, valga esta pequeña reseña como excusa para pensar nuevamente “qué es leer”.

                                                           Lionel Klimkiewicz

sábado, 4 de agosto de 2012

DINO BUZZATI: "UN AMOR"




Esta novela de Dino Buzzati tiene una historia aparentemente simple y no muy original: trata sobre un hombre de cincuenta años, artista, de buen pasar económico, que frecuenta burdeles de alto nivel. Su hábito de pagar partía de un argumento contundente “por veinte mil liras, por menos incluso, tenía al instante, sin dificultad ni peligro algunos, chicas estupendas que en la vida habitual, fuera del juego, habrían costado cantidad de tiempo, fatigas, dinero y que, además, a la hora de la verdad, podían dejarle a uno plantado.¡Mientras que allí! Un telefonazo, un breve recorrido en coche, seis pisos de ascensor y listo: la ninfita estaba ya quitándose el sostén y sonriendo.”
Un buen día, Antonio -así se llama el personaje- se da cuenta que está enamorado de una de estas ninfitas que frecuentaba. Comienza a buscarla, se obsesiona, se somete a situaciones “que lo rebajan como hombre” por ella. “Él la quería por sí misma, por lo que representaba de hembra, de capricho, de juventud, autenticidad popular, picardía, desvergüenza, descaro, libertad, misterio. Era el símbolo de un mundo plebeyo, nocturno, alegre, vicioso, perversamente intrépido y seguro de sí que fermentaba con la vida insaciable en torno al tedio y a la respetabilidad de los burgueses”.
¿Por qué un hombre ya adulto, con una vida tranquila, acomodada, segura, sin sobresaltos, reconocido en su trabajo, al que muchas mujeres se acercarían, se termina enamorando hasta el absurdo justo de aquella jovencita que  lo lleva a la ruina?¿Qué lugar viene a ocupar el amor en esta historia?
Dino Buzzati, que es un gran escritor, lleva esta pregunta hasta sus últimas consecuencias, y la responde en las páginas finales de esta novela que llamó “Un amor”, un título simple, para una historia simple, pero tremendamente profunda. Por supuesto que “Un” amor no es “El” amor, pero este que aquí irrumpe en la vida del personaje puede hacernos pensar en  todos los amores.
Y Dino Buzzati logra, como siempre, introducirnos en una ficción que nos interroga sobre nuestra existencia.
                                                
Lionel Klimkiewicz

viernes, 3 de agosto de 2012

HOFFMANN: LOS ELIXIRES DEL DIABLO



                                                 

Del abanico de escritores destacados del romanticismo, Hoffmann sobresale por ser dueño de aquella parte que nos arroja un aire tenebroso y siniestro. En “Los elixires del diablo”, una de sus obras más famosas, relata en primera persona la atormentada vida del monje Medardo que vino al mundo marcado por un origen maldito debido a un crimen cometido por uno de sus antepasados. En esta novela, la vida del protagonista aparece atravesada por múltiples circunstancias que dan pié a que el autor describa con maestría vertiginosos arrebatos de locura, intensas luchas entre el bien y el mal, manifestaciones angustiosas de la sexualidad, destinos persecutorios que no dejan margen de libertad, costumbres de la vida mundana y monacal, y fundamentalmente, aquellas sensaciones ominosas que hacen palidecer a cualquier persona al toparse con eso que le indica que hay algo de sí mismo que no le pertenece y que irrumpe repetidamente en su mundo para recordarle que no hay ficción que vele la marca oculta de su destino.
Hoffmann, que escribió  esta voluminosa novela en menos de un mes, gustaba de visitar manicomios y monasterios, para conocer los detalles de la locura y la religión, lo que le posibilitaba, con el agregado tal vez de su profesión de juez, encontrar los puntos de contacto entre diversas modalidades discursivas allí donde ellas desfallecen ante lo que no tiene nombre: porque no hay escena, por más familiar que sea, que resista a lo que irrumpe manifestando en su centro el instante que suscita una inquietante extrañeza, indicando que la autonomía del ser hablante es tan ficcional como una buena obra de literatura fantástica.
Es cierto que como novela podría haber sido mejorada. Al leerla da muchas veces la impresión de no haber sido corregida o repensada por el autor, quien a veces parece resolver algunas situaciones de la trama con excesiva brusquedad, y repetir construcciones argumentales innecesariamente. Tal vez el defecto no moleste, porque deja la impresión de que es acorde a lo que aborda la novela, ya que si el efecto de “lo siniestro” requiere que se trastoque lo representable, en todo momento la obra indica “excesos” de manifestaciones subjetivas que escapan a lo que la palabra pueda describir.  Pero más allá de esto, es una gran novela que logra que el lector en algún punto se identifique con el personaje al comprender que a nadie le puede ser ajeno lo ominoso.
                                      
                                        Lionel Klimkiewicz




jueves, 2 de agosto de 2012

EL YO Y EL ELLO



                                    

En un breve texto de 1926, Borges escribió que existen dos clases de traducciones, una que practica la literalidad y otra que utiliza la perífrasis. La primera, según dice, corresponde a las mentalidades románticas, y la segunda a las clásicas. A estas últimas, les interesa más la obra de arte que el artista, por lo que desdeñan los localismos, las rarezas y las contingencias;  las otras al interesarse más por el hombre y reverenciar lo subjetivo se inclinan por la búsqueda de la literalidad. Como siempre, nos brinda un ejemplo lleno de ironía para dar a entender su idea: nos propone pensar que una traducción se puede realizar dentro del mismo idioma. Imagina entonces dos versiones del conocido verso del Martín Fierro: “Aquí me pongo a cantar- al compás de la vigüela”. Traducida con literalidad la versión sería: “En el mismo lugar donde me encuentro, estoy empezando a cantar con guitarra”; y con perífrasis “Aquí, en la fraternidad de mi guitarra, empiezo a cantar”. Una demostración extrema pero contundente…
Se da el caso que en nuestro idioma, existen dos traducciones de la obra de Sigmund Freud. En Argentina, donde el psicoanálisis ha echado profundas raíces, siempre hubo argumentos a favor y en contra de la conveniencia de estudiar los textos freudianos con una u otra de ellas. Pero un acontecimiento de último momento hace que las cosas comiencen a ser de otra manera. La editorial Mármol Izquierdo ha publicado una nueva versión de “El Yo y el Ello”, escrito fundamental de la obra de Freud, con edición y comentarios de Juan Carlos Cosentino. Lo notable, es que esta edición, además de ser bilingüe, contiene la traducción del texto publicado, pero también la del borrador y la copia en limpio del escrito. Se agregan también, entre otras cosas, notas introductorias a cada capítulo de cada versión, comentarios, tablas comparativas de párrafos, glosarios de términos, que enriquecen cada página del libro.
A este monumental trabajo, se le agrega la traducción, hasta hoy inédita, de anotaciones que Freud iba realizando a medida que escribía el borrador del texto y que están tituladas como “preguntas laterales, temas, fórmulas, análisis” que son de un valor inapreciable y nos invita a realizar “un ejercicio de lectura cuyo valor apunte a rehacer el instante inicial de la experiencia analítica”.
¿Para qué este libro? Podemos decir que con este texto, resultado de un trabajo que comenzó en el año 2004, se supera la sutil y patéticamente verdadera dicotomía  planteada por Borges. La que nos presenta J.C. Cosentino (junto con Susana Goldmann quien se ocupó de la transcripción en alemán y la versión al castellano) no es una traducción ni clásica ni romántica, sino que propone un recorrido por la construcción del texto para, como dice el propio autor, presentar las formulaciones freudianas en estado naciente, ya que “el borrador lleva la marca de pensamientos urgidos por lo real del psicoanálisis”.
Es un texto para leer, investigar, trabajar, que invita a una relectura del inconsciente a partir de un momento en la obra de Freud que marca un antes y un después, al ser el nacimiento de “una disimetría entre lo reprimido-icc y ese material Icc que permanece no-reconocido”.
Por lo menos para “El Yo y el Ello”, con esta edición a cargo de Juan Carlos Cosentino se terminó con la pregunta “¿Strachey o Ballesteros?”.


                                                           Lionel F. Klimkiewicz

miércoles, 1 de agosto de 2012

CHARLY: SAY NO MORE




“La noticia apareció en un periódico sensacionalista. Decía simplemente que se había producido un incendio… Después de llegar los bomberos, la policía, la prensa, apagar el fuego y rescatar al hombre, le hicieron la pregunta obvia:¿Cómo se inició el incendio?-no sé, estaba en llamas cuando me acosté”

Con está frase se inicia Say No More, CD que Charly García editó en 1996. Sin duda, este es su trabajo más controvertido; en él no vamos a encontrar canciones pegadizas, ni sonidos limpios y agradables al oído al escucharlos por primera vez. Más bien, son las melodías disonantes, los sonidos envolventes, los silencios y los cortes los que resuenan en un primer acercamiento. Todo esto junto a frases muy sugerentes: “Estaba en llamas cuando me acosté con vos”,”Querida, el resto, ya lo sabés, de eso se trata Say No More”, “Yo vivo en una casa vacía”,”Esa navaja gris, me cortó la voz: se hizo cuchillo al fin”,”Pero si nos quisiéramos un poco más, no jugaríamos tanto”, “La entrada es gratis, la salida vemos”,”La vanguardia es así”,”No puedo dividir lo que soy”,”Cualquiera puede hacer su película, no pierdas foco, piensa bien, no digas nada!”,”Nada que hacer, nada que ver, solo quedan las películas negras”, “Cuando el cristal se caiga en el mar verás que toda está canción es agonía”,”Yo se lo dije a usted, más allá del principio del placer”,etc.
          Charly García tiene una obra discográfica extensa, sobre la que nadie puede negar que haya dejado marca en nuestra cultura, pero sin duda, este es el disco que más lo marcó a él. Una vez, años atrás, en un reportaje le preguntaron qué era el arte, y él respondió en forma contundente: “el arte es cagarse de frío”. En este, a mi entender su mejor disco, logra desde las llamas una obra que por momentos hiela la sangre. Un testimonio, el suyo, de cómo se pueden correr los límites de la belleza.


                                                                     Lionel Klimkiewicz