El “Libro
de la Almohada” es un clásico de la literatura japonesa. Fue escrito en
el año 994, según se cree, por Sei Shonagon, dama de la corte de la emperatriz
Sadako. Pertenece al llamado período Heian, de gran esplendor literario. Los
diarios, las memorias, los poemas y acertijos, además de una delicada
caligrafía caracterizaban la época y eran en ese entonces producto de los ámbitos
femeninos. De hecho, con leer solo unas pocas páginas del Makura no Soshi (título original del libro de la almohada) se
puede apreciar el estilo simple, sensible, delicado, agudo de la autora. En
algunos de sus pasajes incluso, podemos descubrir frases de una belleza propia de un haiku.
Leer este libro es
atravesar fragmentos literarios de una delicadeza conmovedora. Por supuesto que
siempre se podrá objetar que siendo idiomas tan diferentes, la traducción de un
texto japonés al castellano hará imposible apreciar su riqueza literaria
original; pero por suerte, en nuestro idioma existen dos excelentes versiones
que nos permiten acercarnos del mejor modo posible a este clásico de la
literatura japonesa.
Una de ellas es la
de Amalia Sato, y la otra de Jorge Luís Borges y María Kodama.
Transcribiré a
continuación el fragmento n°1 de cada edición para que el lector pueda comparar
y disfrutar la belleza de ambos:
“En
primavera, el amanecer. Cuando al insinuarse la luz sobre las colinas, los
contornos se tiñen de un pálido rojo y purpúreos jirones de nubes flotan sobre
las cimas.
En
verano, las noches. No sólo las de la luna brillante sino también las oscuras,
cuando las luciérnagas revolotean, y aún las de lluvia, tan bellas.
En
otoño, el atardecer. Cuando el sol resplandeciente se hunde cerca de la ladera
de la colina y los cuervos cruzan el cielo en grupos de tres o cuatro o de a
dos, de vuelta a sus nidos; o las garzas en bandada se dispersan en el cielo
distante. Cuando se oculta el sol, el corazón se conmueve con el sonido del
viento y el zumbido de los insectos.
En
invierno las mañanas. Por cierto bellas cuando ha caído nieve durante la noche,
pero espléndidas también cuando el suelo está blanco por la escarcha: y cuando
no hay nieve ni escarcha y sólo hace mucho frío y las criadas corren de una
habitación a otra atizando el fuego y cargando carbón ¡qué bien se corresponde
la escena con la índole de la estación! Pero al mediodía nadie se molesta por
mantener los braseros encendidos y pronto sólo hay pilas de ceniza blanca.
(Adriana
Sato- Adriana Hidalgo Editora) “
*****************
“En la
primavera es el alba. Cuando la luz se desliza sobre las cumbres, sus perfiles
se tiñen de rosado y hebras de neblina de púrpura se extienden sobre ellos.
En
el estío, lo más bello son las noches, no sólo cuando hay luna, sino también en
la oscuridad, cuando las luciérnagas vuelan de un lado al otro y hasta cuando
llueve, ¡qué hermoso es todo!
En
el otoño, lo más bello son las tardes, cuando el sol resplandeciente se hunde
cerca del filo de las cumbres y los grajos vuelven volando a sus nidos en
bandadas de tres, de cuatro y de dos. Aún más encantadora es una línea de
gansos salvajes como manchas en el cielo lejano. Cuando el sol se ha puesto, el
corazón se conmueve con el rumor del viento y con el zumbido de los insectos.
En
el invierno, los más bello es la alborada. Es muy bello, por cierto, cuando
durante la noche ha nevado; pero es espléndido también cuando la tierra está
blanca de escarcha. También es bello cuando no hay nieve o escarcha pero sólo
hace mucho frío y los servidores se apresuran de habitación en habitación,
atizando el fuego y trayendo el carbón ¡cómo armoniza esto con la estación del
año! Cuando se acerca el mediodía y el frío se ha cansado, nadie se toma el
trabajo de mantener encendidos los braseros, y sólo quedan unos montones de
ceniza blanca.
Borges
y Kodama- Alianza Editorial “
Un último
comentario se hace necesario, ya que “las pérdidas” no se producen solo en las
traducciones. Digo esto porque es sabido que en los tiempos del período Heian,
no sólo eran apreciados la retórica y el estilo, sino también la caligrafía, el
papel y hasta la gradación de la tinta que se utilizaba. Quien ahora tenga la
oportunidad de tener en las manos estas dos ediciones castellanas a las que
hago referencia, podrá apreciar, en nuestro siglo XXI, y en occidente, la
importancia y las diferencias del formato de presentación del libro y podrá
también pensar cuanto interfieren estos detalles en su lectura -en estos
fragmentos aquí transcriptos, por
ejemplo, se respetaron las diferencias de la existencia y la inexistencia de
espacios entre párrafos según cada edición.
Pero como lo bello
a veces traspasa límites insospechados, quién se introduzca en las frases de Sei Shonagon podrá percibir
que lo simple puede ser también un modo del arte.
Lionel Klimkiewicz
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