sábado, 28 de julio de 2012

EL LIBRO DE LA ALMOHADA


El “Libro de la Almohada” es un clásico de la literatura japonesa. Fue escrito en el año 994, según se cree, por Sei Shonagon, dama de la corte de la emperatriz Sadako. Pertenece al llamado período Heian, de gran esplendor literario. Los diarios, las memorias, los poemas y acertijos, además de una delicada caligrafía caracterizaban la época y  eran en ese entonces producto de los ámbitos femeninos. De hecho, con leer solo unas pocas páginas del Makura no Soshi (título original del libro de la almohada) se puede apreciar el estilo simple, sensible, delicado, agudo de la autora. En algunos de sus pasajes incluso, podemos descubrir  frases de una belleza propia de un haiku.
Leer este libro es atravesar fragmentos literarios de una delicadeza conmovedora. Por supuesto que siempre se podrá objetar que siendo idiomas tan diferentes, la traducción de un texto japonés al castellano hará imposible apreciar su riqueza literaria original; pero por suerte, en nuestro idioma existen dos excelentes versiones que nos permiten acercarnos del mejor modo posible a este clásico de la literatura japonesa.
Una de ellas es la de Amalia Sato, y la otra de Jorge Luís Borges y María Kodama.
Transcribiré a continuación el fragmento n°1 de cada edición para que el lector pueda comparar y disfrutar la belleza de ambos:


“En primavera, el amanecer. Cuando al insinuarse la luz sobre las colinas, los contornos se tiñen de un pálido rojo y purpúreos jirones de nubes flotan sobre las cimas.

En verano, las noches. No sólo las de la luna brillante sino también las oscuras, cuando las luciérnagas revolotean, y aún las de lluvia, tan bellas.

En otoño, el atardecer. Cuando el sol resplandeciente se hunde cerca de la ladera de la colina y los cuervos cruzan el cielo en grupos de tres o cuatro o de a dos, de vuelta a sus nidos; o las garzas en bandada se dispersan en el cielo distante. Cuando se oculta el sol, el corazón se conmueve con el sonido del viento y el zumbido de los insectos.

En invierno las mañanas. Por cierto bellas cuando ha caído nieve durante la noche, pero espléndidas también cuando el suelo está blanco por la escarcha: y cuando no hay nieve ni escarcha y sólo hace mucho frío y las criadas corren de una habitación a otra atizando el fuego y cargando carbón ¡qué bien se corresponde la escena con la índole de la estación! Pero al mediodía nadie se molesta por mantener los braseros encendidos y pronto sólo hay pilas de ceniza blanca.

(Adriana Sato- Adriana Hidalgo Editora) “

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“En la primavera es el alba. Cuando la luz se desliza sobre las cumbres, sus perfiles se tiñen de rosado y hebras de neblina de púrpura se extienden sobre ellos.
En el estío, lo más bello son las noches, no sólo cuando hay luna, sino también en la oscuridad, cuando las luciérnagas vuelan de un lado al otro y hasta cuando llueve, ¡qué hermoso es todo!
En el otoño, lo más bello son las tardes, cuando el sol resplandeciente se hunde cerca del filo de las cumbres y los grajos vuelven volando a sus nidos en bandadas de tres, de cuatro y de dos. Aún más encantadora es una línea de gansos salvajes como manchas en el cielo lejano. Cuando el sol se ha puesto, el corazón se conmueve con el rumor del viento y con el zumbido de los insectos.
En el invierno, los más bello es la alborada. Es muy bello, por cierto, cuando durante la noche ha nevado; pero es espléndido también cuando la tierra está blanca de escarcha. También es bello cuando no hay nieve o escarcha pero sólo hace mucho frío y los servidores se apresuran de habitación en habitación, atizando el fuego y trayendo el carbón ¡cómo armoniza esto con la estación del año! Cuando se acerca el mediodía y el frío se ha cansado, nadie se toma el trabajo de mantener encendidos los braseros, y sólo quedan unos montones de ceniza blanca.

Borges y Kodama- Alianza Editorial “

Un último comentario se hace necesario, ya que “las pérdidas” no se producen solo en las traducciones. Digo esto porque es sabido que en los tiempos del período Heian, no sólo eran apreciados la retórica y el estilo, sino también la caligrafía, el papel y hasta la gradación de la tinta que se utilizaba. Quien ahora tenga la oportunidad de tener en las manos estas dos ediciones castellanas a las que hago referencia, podrá apreciar, en nuestro siglo XXI, y en occidente, la importancia y las diferencias del formato de presentación del libro y podrá también pensar cuanto interfieren estos detalles en su lectura -en estos fragmentos  aquí transcriptos, por ejemplo, se respetaron las diferencias de la existencia y la inexistencia de espacios entre párrafos según cada edición.
Pero como lo bello a veces traspasa límites insospechados, quién se introduzca  en las frases de Sei Shonagon podrá percibir que lo simple puede ser también un modo del arte.


                                       Lionel Klimkiewicz

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