No es para cualquiera transitar los
caminos de la estética por medio de la provocación, la paradoja, la
destrucción, la belleza sublime y abominable, la muerte o el desamparo. Y no
cualquiera lo puede hacer escribiendo versos inolvidables, emotivos, sugestivos,
sensuales y vigorosos.
Sin embargo Charles Baudelaire
andaba por esos senderos con la convicción de quien sabe que tarde o temprano,
las huellas dejadas serán no solo imborrables sino también ineludibles para
aquel que entienda que no hay arte de lo
seguro.
Fue así como en sus últimos años de
su vida este maldito poeta escribió sus “Pequeños poemas en prosa” en donde
no solo habla de los artistas sino también del público:
EL PERRO Y EL FRASCO
-Hermoso perro mío,
buen perro, chucho querido, aproxímate y
ven a respirar un maravilloso perfume, adquirido en la mejor perfumería de la
ciudad.
Y el perro, moviendo
la cola, signo, que según creo, en esos mezquinos seres equivale a la risa y a
la sonrisa, se acerca y coloca con curiosidad la húmeda nariz en el frasco
destapado; después, retrocediendo con repentino temor, me ladra, como si me
reconviniera.
- ¡Ah mezquino can! Si
te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia,
devorándolos quizás. Así tú, indigno compañero de mi desgraciada vida, te
pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que lo
irriten, sino basura cuidadosamente escogida.
Por Lionel F. Klimkiewicz
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