sábado, 28 de julio de 2012

LA MIRADA DE WILDE


POR LIONEL KLIMKIEWICZ

Una vez,  un cristalino arroyo cercano a la ciudad de Tespias, sirvió de espejo a un hermoso joven que al querer aliviar su sed se vió reflejado en sus aguas, y terminó enamorándose de su propia imagen. Esto lo hacía sufrir, porque no podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo.
Embelesado, aturdido, enamorado, enloquecido, impotente, aquel muchacho llamado Narciso dio nombre a uno de los mitos más famosos de Occidente, el cual desde ese entonces sirve de referencia en el discurso común para señalar a aquel que se ama a sí mismo, a su propia imagen, a su propio ser.
 El gran Oscar Wilde con su insuperable ingenio escribió una página ya famosa sobre esta historia, pero tomando para contarla, fiel a su estilo, otro punto de vista:

El reflejo

Oscar Wilde
Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al arroyo gotas de agua para llorarlo.
-¡Oh! -les respondió el arroyo- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
-¿Era hermoso? -preguntó el arroyo
-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
-Si yo lo amaba -respondió el arroyo- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
FIN


La inteligencia literaria de Wilde siempre nos da la impresión de que no  tenía límites…Su pequeño relato desnuda, devela, lo que la belleza del mito no deja de ocultar. Ya no estamos ante ese joven que se encandila ante su propia imagen, sino que estamos del otro lado del espejo. Tiresias había dicho de Narciso a su madre que viviría hasta llegar a viejo “solo si no se conocía a sí mismo”. Por supuesto que es una ingenuidad creer que nuestro mitológico amigo murió joven porque al ver su propia imagen cumplió un funesto destino. Para los griegos, “conocerse a sí mismo” no era algo tan fácil como mirarse al espejo. Wilde lo dice claramente: lo que el arroyo podía ver era que lo que ahí había era un espejo, un par de ojos, un puro objeto, y lo que se le presenta a Narciso es la verdad revelada de un “sí mismo” en su más absoluta crudeza.
Por otro lado, el arroyo como espejo muestra, como dice Hegel, la belleza de la materia que, considerada en sí misma, consiste en la unidad e identidad consigo misma, constituyendo su pureza en el punto donde queda excluida toda diferencia.
En ese encuentro entonces que la escena del mito plantea, se trata de un objeto que ve otro objeto, de dos imágenes que extreman el límite de la belleza de una manera que solo puede terminar en la muerte.
Narciso conoció lo que siempre fue, y su nombre quedará ligado para siempre a uno de los costados más patéticos de la condición humana.

                                                           

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