POR LIONEL KLIMKIEWICZ
Una vez, un cristalino arroyo cercano a la ciudad de
Tespias, sirvió de espejo a un hermoso joven que al querer aliviar su sed se
vió reflejado en sus aguas, y terminó enamorándose de su propia imagen. Esto lo
hacía sufrir, porque no podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo
tiempo.
Embelesado, aturdido, enamorado,
enloquecido, impotente, aquel muchacho llamado Narciso dio nombre a uno de los
mitos más famosos de Occidente, el cual desde ese entonces sirve de referencia
en el discurso común para señalar a aquel que se ama a sí mismo, a su propia
imagen, a su propio ser.
El gran Oscar Wilde con su insuperable ingenio
escribió una página ya famosa sobre esta historia, pero tomando para contarla,
fiel a su estilo, otro punto de vista:
El reflejo
Oscar
Wilde
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La inteligencia literaria de Wilde siempre
nos da la impresión de que no tenía
límites…Su pequeño relato desnuda, devela, lo que la belleza del mito no deja
de ocultar. Ya no estamos ante ese joven que se encandila ante su propia
imagen, sino que estamos del otro lado del espejo. Tiresias había dicho de
Narciso a su madre que viviría hasta llegar a viejo “solo si no se conocía a sí
mismo”. Por supuesto que es una ingenuidad creer que nuestro mitológico amigo
murió joven porque al ver su propia imagen cumplió un funesto destino. Para los
griegos, “conocerse a sí mismo” no era algo tan fácil como mirarse al espejo.
Wilde lo dice claramente: lo que el arroyo podía ver era que lo que ahí había
era un espejo, un par de ojos, un puro objeto, y lo que se le presenta a
Narciso es la verdad revelada de un “sí mismo” en su más absoluta crudeza.
Por otro lado, el arroyo como espejo
muestra, como dice Hegel, la belleza de la materia que, considerada en sí
misma, consiste en la unidad e identidad consigo misma, constituyendo su pureza
en el punto donde queda excluida toda diferencia.
En ese encuentro entonces que la
escena del mito plantea, se trata de un objeto que ve otro objeto, de dos
imágenes que extreman el límite de la belleza de una manera que solo puede
terminar en la muerte.
Narciso conoció lo que siempre fue,
y su nombre quedará ligado para siempre a uno de los costados más patéticos de
la condición humana.
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