sábado, 28 de julio de 2012

EL ANILLO DE POLÍCRATES



En su ensayo titulado “Das Unheimliche”, Sigmund Freud hace referencia a la historia del “Anillo de Polícrates”, como ejemplo de un caso indudable de lo siniestro.
Polícrates (570-522 aC) fue un tirano que reinó en Samos, isla griega del mar Egeo. Durante su gobierno, se alió con el faraón Amasis para defender Egipto de un ataque persa. Por algún motivo, Polícrates cambia de bando y se une a Cambises, el rey Persa, lo que produjo la caída de Egipto.
Herodoto relata una historia fantástica que explica este suceso. Dice que Polícrates era un hombre afortunado que contaba con la gracia de los dioses de tal manera, que un día habiendo tirado al mar un anillo suyo de gran valor, le fue devuelto por un pescador que había capturado al pez que había tragado la joya. Amasis entonces pensó que un hombre así tendría que ser castigado un día por los dioses, envidiosos de su éxito y su felicidad. Por tal motivo rompe la alianza, ya que no quería que la futura mala suerte de su aliado se volviera también contra él.
De esta bella historia, Schiller recrea la siguiente versión que es la que inspiró a Freud para decir que aquello que nos parece siniestro llena la condición de evocar los restos de una actividad psíquica animista por la que todos pasamos en el curso de nuestra constitución subjetiva, gracias a la cual nuestro narcisismo se defiende “contra la innegable fuerza de la realidad”:
Principio del formulario
Final del formulario
Final del formulario
De pie sobre la barbacana
Contempló satisfecho
La sojuzgada Samos que a sus pies se extendía.
"Todo esto me está sometido",
Interpeló al Rey de Egipto,
"Admite que soy afortunado".
"¡Has conseguido el favor de los dioses!
Los que antes eran tus iguales
Ahora se doblegan bajo el poder de tu cetro.
Sin embargo, todavía queda uno que vive para vengarse;
Mi boca no puede llamarte afortunado
Mientras aceche el ojo del enemigo".
Y antes de que el Rey hubiera acabado de hablar,
Apareció, enviado desde Mileto,
Un mensajero ante el tirano:
"Haz, señor, que ascienda el humo de los sacrificios
Y con alegres ramas de laurel
Corona tu feliz cabellera.
Alcanzado por la lanza cayó tu enemigo.
Yo he sido enviado con la reciente nueva
Por tu fiel lugarteniente Polidoro".
Y alzó de un negro recipiente,
Todavía ensangrentada, para horror de ambos,
Una bien conocida cabeza.
El Rey se apartó con aprensión.
"Bien te aviso que no confíes en la Fortuna",
Advirtió con gesto afligido.
"Considera cuán fácilmente las traidoras olas
Pueden arrastrar la tempestad
Y anegar la incierta fortuna de tu flota".
Pero antes incluso de que pronunciara estas palabras
Le interrumpe el clamor
Que suena jubiloso en la distancia.
Ricamente cargado con ajenos despojos
A la segura orilla se dirige
El nutrido bosque de los mástiles de los barcos.
El regio huésped se admiró:
"Hoy tu fortuna se ha tornado feliz,
Pero has de temer su incertidumbre.
Multitudes cretenses, expertas en las armas
Te amenazan con la guerra
Y se aproximan ya a la playa".
Y antes incluso de que acabara de emitir la palabra
Se ve una agitación en los barcos
Y mil voces gritan: "¡Victoria!
Somos libres de la amenaza enemiga.
La tormenta ha desbaratado a los cretenses,
¡La guerra pasó y es acabada!"
Esto oye con espanto el huésped amigo:
"¡En verdad he de tenerte por afortunado!
Ciertamente ", dijo, " tiemblo por tu salud.
Me acongoja la envidia de los dioses:
Una vida de alegría sin mezcla
No puede corresponder a un ser terrenal.
También mis decisiones eran acertadas,
En todos mis hechos de gobierno
Me acompañaba el favor del cielo".
"Pero yo tenía un querido heredero
Que Dios me llevó; yo le vi morir
Y pagué mi deuda con la Fortuna”.
"Por eso has de prevenirte contra la desgracia,
Suplica a las zozobras
Que la Fortuna te conceda algún dolor,
Después a nadie he visto acabar feliz
A quien siempre a manos llenas
Los dioses hayan colmado con sus dones".
"¡Y si eso no te otorgan los dioses,
Escucha el consejo de un amigo
Y llama tú mismo al infortunio;
Y aquello de entre tus bienes
En que tu corazón más se regocije
Tómalo y arrójalo a este piélago! "
Y el otro dijo, movido por el temor:
"De todo lo que la isla contiene,
Es este anillo mi mayor bien.
A las Erinias lo he de consagrar
Si con ello perdonan mi fortuna".
Y arrojó al mar la joya.
Y con la luz de la mañana siguiente
Se presentó con alegre semblante
Ante el Príncipe un pescador:
"Señor, he hallado este pez
Incomparable a ninguno que cayera en una red:
Como ofrenda te lo traigo".
Y cuando el cocinero abrió el pez,
Alborotado se apresuró
A anunciar con asombrada expresión:
"Mira, señor, el anillo que tú llevabas
Lo he encontrado en el estómago del pez,
¡Ilimitada es tu fortuna!"
Aquí se volvió el huésped atemorizado:
"Ahora ya no puedo seguir aquí alojado,
En adelante ya no puedo ser tu amigo.
Los dioses quieren perderte;
Me apresuro para no morir contigo".
Eso dijo, y diligente se embarcó.


                                                           Lionel Klimkiewicz

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