por Lionel
Klimkiewicz
Tanto durante su vida, como después
de su muerte, Sigmund Freud recibió numerosas críticas sobre su obra, muchas de
ellas sumamente destructivas. Pero nadie ha podido desconocer o negar dos
cosas: que su descubrimiento cambió la historia de la humanidad y que era un
gran escritor
La noche del 18 de agosto de 1882,
cuando contaba con 26 años de edad y todavía estaba lejos de develar el
misterio de los sueños, nuestro querido amigo le escribe una maravillosa carta
a Martha Bernays quien después se convertiría en su esposa.
Compartimos aquí un fragmento de esa
carta y también la magistral prosa que su pluma dibujó permitiendo desplegar ya
por aquel entonces un estilo que lo acompañaría toda su vida.
“¡Oh mi querida Marty,
qué pobres somos! Imagina que anunciásemos al mundo nuestro proyecto de
compartir la existencia y que el mundo nos preguntara: cuál es vuestra dote?
Nada, aparte de nuestro mutuo amor.¿Nada más? Se me ocurre que necesitaríamos
dos o tres pequeñas habitaciones para vivir, en las que pudiésemos comer y
recibir a un huésped, y una estufa donde el fuego para nuestras comidas nunca
se extinguiese.¡Y la cantidad de cosas que caben en una habitación! Mesas y
sillas, camas y espejos, un reloj para recordar a la feliz pareja el trascurso
del tiempo, un sillón en el que soñar felizmente despierto durante media hora,
alfombras para ayudar al ama de casa a mantener limpios los suelos, ropa blanca
atada con bellos lazos en el armario y vestidos a la última moda, y sombreros
con flores artificiales, cuadros en la pared, vasos de diario y otros para el
vino, y para las fechas señaladas, platos y fuentes, una pequeña alacena por si
nos viéramos súbitamente atacados por el hambre o por una visita, y un enorme
manojo de llaves con ruido tintineante. Y habrá muchas cosas de las que
podremos disfrutar, como los libros, y la mesa donde tú coserás, y la hogareña
lámpara. Y todo debe ser mantenido en buen orden, pues en caso contrario el ama
de casa, que ha dividido su corazón en pequeños pedazos, uno por cada mueble,
comenzará a salirse de sus casillas. Y tal objeto atestiguará el serio
trabajo sobre el que se basa la unidad
del hogar, y tal otro dará testimonio del placer que nos depara la belleza, o
evocará a los amigos queridos que a uno le gusta recordar, o a las ciudades que
uno ha visitado, o a las horas que uno rememora con placer. Y todo este pequeño
mundo de felicidad, de amigos intangibles y de concreciones de los más elevados
valores humanos, pertenece todavía al futuro. Ni siquiera se han puesto los
cimientos de la casa y no existen hoy sino dos pobres criaturas humanas que se
quieren con delirio.
¿Hemos de permitir que
nuestros anhelos se centren en cosas tan pequeñas? Sí, sin duda alguna, mientras
son llame a nuestra puerta silenciosa ningún acontecimiento que rebase nuestra
volición. Y por supuesto, tendremos que seguirnos diciendo el uno al otro todos
los días que aún nos amamos. Cuando dos
seres humanos que se quieren no encuentran ni los medios ni el tiempo preciso
para decírselo respectivamente, es una tragedia. Tiene que llegar el infortunio
y el desacuerdo para que se produzca una definida reafirmación de los afectos. No se debe ser tacaño con el amor, pues la
porción de capital que se desembolsa
va renovándose a través del gasto
mismo. Si no se toca el capital durante demasiado tiempo, disminuyen
imperceptiblemente los caudales o se enmohece el candado. En tal caso, el
tesoro queda allí dentro, pero es inutilizable…”
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