Toda comunidad humana
tiene sus mitos.
Dicen, por ejemplo,
que escuchar una hora por día cualquier
obra de Mozart hace bien. Esta afirmación, carente de cualquier rigor científico, será sin duda apoyada por todos
aquellos que solemos tomarnos el tiempo suficiente de transitar con nuestros oídos
algunas de las múltiples producciones musicales de este músico genial. Hasta
podemos llegar al punto de darnos el lujo de intentar convencer con algún
argumento no muy sólido (pero referido, eso sí, con un rostro serio acorde a la
circunstancia), a algún desprevenido que se ande interesando en ampliar sus
gustos musicales.
Sin duda este “mito”, como cualquier otro, porta
alguna verdad. En este caso podemos inferir que esa verdad hace referencia a
esas sensaciones que nos pueden generar en el cuerpo las melodías de don
Amadeus. Por supuesto que esta opinión puede ser catalogada rápidamente de ser
en extremo subjetiva, lo que resulta una objeción imposible de rebatir. Pero
siempre podemos utilizar un argumento falaz, pero convincente a la hora de defender nuestra idea: ¿Acaso mucha gente se
dedica a escuchar música de Mozart una hora por día como para negar que esto
sea cierto?
Ahora bien,
escuchar música requiere tiempo ( para otro momento quedará la discusión sobre
qué es escuchar música). Y en esos momentos donde estamos sentados cómodamente
en un sillón, sabiendo que no hay circunstancias o ruidos que nos interrumpan o
molesten, con un whisky o una copa de vino en la mano, donde podemos olvidarnos
de esas realidades cotidianas que muchas veces lo único que hacen es hacernos
perder tiempo, y nos dejamos absorber por la
melodía mozartiana elegida para la ocasión, nos puede ocurrir algo que
ninguna habitación herméticamente cerrada, ningún celular apagado, ningún tipo
de aislamiento puede evitar: no podemos lograr que una pregunta nos deje de
aparecer en nuestra cabeza y nos distraiga un instante: cómo habrá hecho Mozart
para componer esto? En que momento se habrá inspirado?
La insistencia de
este tipo de preguntas suelen ser los puntos de partida de un creciente interés
por saber algo sobre la vida de estas personas inigualables, que admiramos íntimamente,
y es así entonces como un día nos encontramos en la calle corrientes comprando
algunas biografías que aunque nunca nos
terminan de dejar conformes, por lo menos logran hacernos sentir, una vez
leídas, que conocemos a nuestro querido artista más íntimamente, que hasta
podemos entablar con ellos una relación de amistad de la cual podremos
disfrutar a lo largo de nuestra vida.
En una de estas
biografías (la de Maiztegui Casas) se hace referencia al proceso de composición
de Mozart, respondiendo un poco a estos interrogantes a los que hago referencia,
y que por eso me gustaría compartir:
“Un
famoso texto de Fredrich Rochlitz transcribe una conversación en el curso de la
cual Mozart le explicó su forma de componer:
‘Cuando
me encuentro en buena forma física, ya en un coche durante un viaje, ya dando
un paseo después de cenar, o si no consigo dormirme, las ideas me llegan a
raudales. No sé de dónde vienen ni cómo llegan, pero ahí están. Guardo entonces
las que me gustan, las canto en voz baja-o al menos eso dicen- y poco a poco las
voy convirtiendo, en mi cabeza, en algo coherente. La cosa avanza, yo voy
desarrollando mentalmente esas ideas, veo todo cada vez con mayor claridad
hasta que, en un momento, la obra queda terminada dentro de mi cabeza. Puedo
abarcarla de una sola mirada, como si se tratase de un cuadro o de una estatua.
No veo la obra en su discurrir, como cuando se representa o ejecuta, sino como
si fuese un bloque. Y esto es un regalo de Dios. La invención, la elaboración,
todo ello es para mí un sueño magnífico: pero cuando llego a percibir la
totalidad de la obra en su conjunto el momento es indescriptible.
(…)
Se equivocan totalmente lo que hablan de lo fácil que me resulta componer; os
aseguro que no debe haber en el mundo nadie que se haya esforzado tanto como yo
para poder dominar el arte de la composición. No sería fácil encontrar un
compositor al que yo no haya estudiado con toda aplicación, en muchas ocasiones
y de principio a fin.’”
No sé si estas
palabras llevarán a alguien a escuchar a Mozart, pero por lo menos aquel que sí
lo hace tendrá un motivo menos para que su pensamiento le interrumpa un momento
de placer.
Lionel Klimkiewicz
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