En 1915 Sigmund Freud escribe un
pequeño ensayo de una calidad narrativa inigualable titulado “Lo perecedero”,
que se inicia con una anécdota ocurrida unos años antes cuando al pasear con
dos amigos artistas estos se manifestaban preocupados por la idea de la
transitoriedad de la belleza que se les manifestaba en los floridos campos que
acompañaban su caminata. La sensación de que el esplendor que los rodeaba
estaba destinado a perecer les impedía a sus acompañantes poder disfrutar del
goce que ese paisaje les proporcionaba.
La anécdota le posibilita entonces a Freud plantear que ante esta
preocupación por los estragos que el tiempo le inflige a lo bello, se originan
dos tendencias psíquicas distintas: una que conduce al amargado hastío del
mundo y otra que conduce a una suerte de negación de esta pretendida fatalidad.
Dirá entonces que “la rebelión psíquica contra la aflicción, contra el duelo
por algo perdido” malogra el goce de lo bello. Esto quiere decir que pensar a
Cronos como causa de sufrimiento es un modo en que el ser hablante
puede desplazar sus dificultades para soportar las pérdidas, aquellas de las
que ninguno está exento.
Ahora bien, que nos inunde el
sentimiento trágico de la vida, como decía Unamuno, que intentemos darle una
–siempre patética- significación a la muerte, que naufraguemos en la confusión
entre lo inmortal y lo eterno, que siempre tengamos la sensación de haber
llegado demasiado temprano o demasiado tarde, que el eterno retorno de lo
mismo nos encuentre siempre en el mismo
lugar, o que muchas veces sea la hora fatal la que nos entregue la clave del
“laberinto múltiple de pasos” de los días que se tejen desde la niñez…todo eso
no es culpa del reloj…
Pero mejor ahora leamos lo que
podríamos llamar “la solución Baudelaire”, expresada por el poeta
maldito en uno de sus “Pequeños poemas
en prosa”:
EMBRIAGAOS
“Hay que estar siempre embriagado. Todo consiste en
eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os
quiebra los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que emborracharos sin
tregua.
Pero¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que
queráis. Pero embriagaos.
Y si en alguna ocasión, en las gradas de un palacio,
sobre la hierba verde de un foso, en la sombría soledad de vuestro cuarto, os
despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la
ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a
todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora
que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os responderán:
- Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y
mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin parar. De vino, de poesía o de
virtud; de lo que queráis.”
Lionel F. Klimkiewicz
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