miércoles, 15 de agosto de 2012

JOHN RUSKIN Y EL MINERO AUSTRALIANO




 

Vamos al grano. John Ruskin (1819-1900) fue un reconocido sociólogo y crítico de arte inglés. Desde joven comenzó a publicar varios de los libros que lo posicionaron como una persona influyente en el campo del arte y la filosofía política. Acuñó varias frases, como aquella que dice que “el arte de enriquecerse consiste en empobrecer al vecino” -de la cual los analistas lacanianos encontrarán sus resonancias en las conceptualizaciones que realiza el famoso psicoanalista francés cuando habla de “la función del bien”- o aquella otra que dice “conozco el secreto de extraer la tristeza de todas las cosas, pero no la alegría”.
Fue también al parecer un gran ensayista, y allá por mediados del siglo XIX pronunció un discurso que luego fue publicado y que se tituló “De los tesoros de los reyes”. En él se propone abordar la cuestión de cómo y qué leer, es decir, del modo de encontrar (o perder, llegado el caso) los tesoros ocultos en los libros. Para recorrer ese camino desarrolla varias ideas de las cuales me parece interesante compartir aquí algunas.
Ruskin plantea por ejemplo, que todos los libros son divisibles en dos clases: los libros del momento y los libros de siempre. Esta, claro, es una distinción de especie, y no de calidad. Es decir, que hay libros buenos para el momento y libros buenos para siempre, así como libros malos para el momento y libros malos para siempre. Entre los libros del momento se encuentran los libros de viajes, las discusiones de problemas, las narraciones en forma de novela, las descripciones de hechos, etc, etc, (la lista, en realidad, la puede completar cada uno a su gusto). Ahora bien, como un libro  no es una cosa que se refiere sino una cosa que se escribe, Ruskin plantea que no se escribe con el solo propósito de la comunicación sino  también por el de la permanencia. No se escribe para multiplicar la voz sino para perpetuarla. Esos grandes hombres de letras, esos reyes, esa verdadera aristocracia que posee los más grandes tesoros, son aquellos que escriben esos libros para siempre. Y ellos, por ende, no pueden descender hasta nosotros, sino que somos nosotros los que debemos elevarnos hacia ellos. Cómo? No por medio de la ambición, sino por medio del amor.  Hay que amar a esa gente (transferencia, dirá Freud años después) y ese amor se demuestra de dos maneras:
a) Por el deseo de estar en sus pensamientos y ser aleccionado por ellos. Hay que entrar en ellos, dice Ruskin, y no tratar en encontrar los nuestros expresados en ellos.
b) Si el autor vale algo, no podremos entenderlo enseguida, sino que, todo lo contrario, no lograremos comprenderlo durante mucho tiempo. Esos autores no quieren decirnos las cosas sino de un modo secreto, no nos ofrecen aquello que dicen a modo de auxilio sino de premio. Por eso el oro es el símbolo de la sabiduría. Se conducen como la naturaleza, que deposita el metal precioso en algunas estrechas hendiduras de la tierra, nadie sabe donde: podemos cavar durante mucho tiempo y no encontrar nada; y, para encontrar algo, tendremos de todos modos que cavar penosamente. En sus palabras:
“Cuando os dirigís a un buen libro, debéis preguntaros ¿Estoy dispuesto a trabajar como un minero australiano?¿Están mis picos y azadores en buen orden, y estoy yo mismo en la disposición debida, con las mangas remangadas hasta el codo, y el aliento y el ánimo que corresponden? Si el metal que buscáis es la significación o el espíritu del autor, sus palabras son como la roca que tenéis que romper y fundir con el fin de obtenerlo. Y vuestras azadas son vuestro cuidado y vuestro ingenio; el horno de fundición, vuestra propia alma pensante. No esperéis penetrar el sentido de ningún buen autor sin estas herramientas y este fuego; con frecuencia, necesitareis los más agudos y finos instrumentos, y la fusión más paciente, antes de poder conseguir un solo grano de metal.”
Finalizará la idea diciendo que un hombre de letras será aquel que lea letra por letra, que es el modo de aprender la dignidad de las palabras.
El discurso continúa, poniendo como ejemplo la lectura de unos versos de Milton, y desplegando varias ideas interesantes dignas de ser conocidas
La invitación a leer el discurso completo está hecha… por lo pronto, usted lector, está de acuerdo con esta distinción entre libros de momento y libros para siempre?

1 comentario:

  1. Hola profe tanto tiempo,
    te voy a tener ahí en mis contactos para darme una vueltita de vez en cuando.
    Espero que ande todo muy bien.
    Por acá ya por empezar a cursar el último cuatrimestre del profesorado, íncreible, ya casi.
    ¡Abrazos!
    Nati.

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