miércoles, 29 de agosto de 2012

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS de Dino Buzzati




Jorge Luis Borges decía que a él le gustaba pensar las cosmogonías en el tiempo, y no en el espacio, como hace la mayoría de la gente. Seguramente era ese uno de los motivos por el que en su biblioteca personal figuraba este gran libro llamado “El desierto de los tártaros” del escritor italiano Dino Buzzati, escrito en 1940. En él se desarrolla la idea del tiempo, los diferentes momentos de la vida de una persona, junto con sus expectativas, sus frustraciones, sus resignaciones, su paranoia, las traiciones a su deseo, las sugestiones más engañosas y el lugar del destino como una providencia de la que se espera eternamente ese instante que de razón a toda una existencia que, en todos sus sentidos y sin-sentidos, no hace más que consumirse. El argumento elegido por el autor para llevar adelante esta idea en primera instancia no parece muy atrapante, pero termina siendo una metáfora que logra numerosas significaciones: es la de un soldado destinado a una fortaleza fronteriza que linda con un desierto del que siempre se espera aquello que pueda nombrar a alguien como héroe.
          Porque está muy bien escrito, porque es de una simpleza demoledora, porque despliega ideas excelentes, porque tiene un capítulo seis del que nadie sale indemne y también un final a la altura requerida por el tema; por estos y muchos motivos más, es una novela que merece ser leída por todo amante de la literatura y por todo aquel que se pregunte algo de su propia existencia, porque respuestas en el libro sobran.
          Existe también una versión cinematográfica que lleva la música de Enio Morricone que si bien respeta la línea argumental de la historia (cosa que raramente sucede cuando un libro es llevado al cine) lamentablemente solo consigue aproximarse muy poco a las ideas que Dino Buzzati quiere transmitir. En ese punto, ver la película sin leer el libro por un lado desvaloriza, como siempre ocurre, la riqueza que la palabra escrita puede tener, y por otro paradójicamente acerca al espectador de una manera casi patética al protagonista de la historia, ya que la vida de Giovanni Drogo, es  la de alguien que “no entendió”.


                                                     Lionel Klimkiewicz


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