lunes, 6 de agosto de 2012

DISPAROS CONTRA MAUPASSANT




                                      

Guy de Maupassant tenía, al escribir, una estética muy definida. Según él mismo decía, “Cualquiera que sea la cosa que se quiere decir, sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla. Es preciso, pues, buscar, hasta descubrirlos, esta palabra, este verbo y este adjetivo antes que recurrir a supercherías, a payasadas del lenguaje que eviten las dificultades. Ver y ver exactamente, en esto consiste todo”.
Cualquier relato que tomemos, escrito por él, responde claramente a esta lógica. Tomemos como ejemplo unos párrafos de su cuento titulado “Un golpe de Estado”:

“Asi estuvieron frente a frente; Napoleón III, sobre la silla; el doctor de pie, a tres pasos de distancia.
Rebosaba de cólera; pero ¿qué hacer para galvanizar al pueblo y conquistar definitivamente una victoria en la opinión?
Su diestra, indecisa, tropezó sobre su vientre con la culata del revolver, sujeto al cinto rojo.
Nada se le ocurría: ni una idea, ni una palabra; empuñando el revolver, avanzó y disparó a boca de jarro la cabeza de yeso del monarca.
La bala hizo en la frente un agujero redondo, como una pequeña mancha, que no produjo ningún efecto. El señor Massarel, volviendo a disparar, produjo una herida semejante a la primera. Hizo un tercer disparo, y, seguidamente, soltó los tres que le quedaban. La frente de Napoleón III voló en partículas blancas; pero los ojos, las nariz y las retorcidas puntas del bigote quedaron intactas.”

Su estilo da la impresión siempre de ser preciso, logrando descripciones de personajes, situaciones o paisajes con una simpleza a veces impactante.
Sin embargo, siempre es enriquecedor encontrarse con una opinión diferente, tal como la que trabaja en su libro “El grado cero de la escritura”,  Roland Barthes cuando dice que la escritura “realista” (así la llama) de Maupassant, es una escritura puramente artificial, hecha de la combinación de los signos formales de la literatura (pretérito indefinido, estilo indirecto, etc.) y de los signos formales del realismo (lenguaje popular, costumbrista, etc.) que buscaría una forma óptima para expresar una realidad inerte como un objeto. En definitiva, una escritura artesanal, situada en el interior del patrimonio burgués, que no perturba ningún orden. Dicho por el propio Barthes: “Entre un proletariado excluido de toda cultura y una intelligentsia que comenzó a cuestionar la literatura, la clientela media, es decir, la pequeña burguesía, encontrará en la escritura artístico-realista –de la que en buena parte se hacen las novelas comerciales- la imagen privilegiada de una literatura que tiene todos los signos deslumbrantes e inteligibles de su identidad. Aquí la función del escritor no es tanto la de crear una obra sino la de entregar una Literatura que se vea desde lejos”.
La idea es clara,  se podría agregar además que si las cosas tienen una sola manera de ser expresadas, animadas y calificadas, implica que habría solo una manera de leer la realidad y que esta, además, no admitiría equívocos ni malentendidos. O dicho de otra manera, existiría una sola manera de decir acorde a la verdad de las cosas, y el que fuera capaz de encontrar esos términos pertinentes es aquel que porta el saber sobre esa verdad y el que está capacitado entonces para interpretar la realidad. Interpretación que será por supuesto mejor recibida en tanto se acomode mejor  a lo compartido por alguna mayoría, y que rechazará todo aquella que sea del orden de lo perturbador.
Lamentablemente, Maupassant no tuvo oportunidad de conocer ni responder la interesante crítica de Barthes. Pero en su favor se podría decir o por lo menos preguntar, si es lo mismo interpretar o criticar de un artista su obra de la misma manera que sus opiniones, por más que estas vengan a respaldar una estética.
Como seguramente todo amante de la literatura pasó alguna vez por las páginas de este gran escritor francés, valga esta pequeña reseña como excusa para pensar nuevamente “qué es leer”.

                                                           Lionel Klimkiewicz

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