Guy de Maupassant tenía, al
escribir, una estética muy definida. Según él mismo decía, “Cualquiera que sea
la cosa que se quiere decir, sólo hay una palabra para expresarla, un verbo
para animarla y un adjetivo para calificarla. Es preciso, pues, buscar, hasta
descubrirlos, esta palabra, este verbo y este adjetivo antes que recurrir a
supercherías, a payasadas del lenguaje que eviten las dificultades. Ver y ver
exactamente, en esto consiste todo”.
Cualquier relato que tomemos,
escrito por él, responde claramente a esta lógica. Tomemos como ejemplo unos
párrafos de su cuento titulado “Un golpe
de Estado”:
“Asi estuvieron frente a frente; Napoleón III, sobre la silla; el doctor
de pie, a tres pasos de distancia.
Rebosaba de cólera; pero ¿qué hacer para galvanizar al pueblo y
conquistar definitivamente una victoria en la opinión?
Su diestra, indecisa, tropezó sobre su vientre con la culata del
revolver, sujeto al cinto rojo.
Nada se le ocurría: ni una idea, ni una palabra; empuñando el revolver,
avanzó y disparó a boca de jarro la cabeza de yeso del monarca.
La bala hizo en la frente un agujero redondo, como una pequeña mancha,
que no produjo ningún efecto. El señor Massarel, volviendo a disparar, produjo
una herida semejante a la primera. Hizo un tercer disparo, y, seguidamente,
soltó los tres que le quedaban. La frente de Napoleón III voló en partículas
blancas; pero los ojos, las nariz y las retorcidas puntas del bigote quedaron
intactas.”
Su estilo da la impresión siempre de
ser preciso, logrando descripciones de personajes, situaciones o paisajes con
una simpleza a veces impactante.
Sin embargo, siempre es enriquecedor
encontrarse con una opinión diferente, tal como la que trabaja en su libro “El
grado cero de la escritura”, Roland Barthes
cuando dice que la escritura “realista” (así la llama) de Maupassant, es una
escritura puramente artificial, hecha de la combinación de los signos formales
de la literatura (pretérito indefinido, estilo indirecto, etc.) y de los signos
formales del realismo (lenguaje popular, costumbrista, etc.) que buscaría una
forma óptima para expresar una realidad inerte como un objeto. En definitiva,
una escritura artesanal, situada en el interior del patrimonio burgués, que no
perturba ningún orden. Dicho por el propio Barthes: “Entre un proletariado
excluido de toda cultura y una intelligentsia que comenzó a cuestionar la
literatura, la clientela media, es decir, la pequeña burguesía, encontrará en
la escritura artístico-realista –de la que en buena parte se hacen las novelas
comerciales- la imagen privilegiada de una literatura que tiene todos los
signos deslumbrantes e inteligibles de su identidad. Aquí la función del
escritor no es tanto la de crear una obra sino la de entregar una Literatura
que se vea desde lejos”.
La idea es clara, se podría agregar además que si las cosas
tienen una sola manera de ser expresadas, animadas y calificadas, implica que
habría solo una manera de leer la realidad y que esta, además, no admitiría
equívocos ni malentendidos. O dicho de otra manera, existiría una sola manera
de decir acorde a la verdad de las cosas, y el que fuera capaz de encontrar
esos términos pertinentes es aquel que porta el saber sobre esa verdad y el que
está capacitado entonces para interpretar la realidad. Interpretación que será
por supuesto mejor recibida en tanto se acomode mejor a lo compartido por alguna mayoría, y que
rechazará todo aquella que sea del orden de lo perturbador.
Lamentablemente, Maupassant no tuvo
oportunidad de conocer ni responder la interesante crítica de Barthes. Pero en
su favor se podría decir o por lo menos preguntar, si es lo mismo interpretar o
criticar de un artista su obra de la misma manera que sus opiniones, por más
que estas vengan a respaldar una estética.
Como seguramente todo amante de la
literatura pasó alguna vez por las páginas de este gran escritor francés, valga
esta pequeña reseña como excusa para pensar nuevamente “qué es leer”.
Lionel
Klimkiewicz
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